Daniela Lamas

La esposa de mi paciente solo tenía una pregunta: ¿se estaba muriendo su marido? Sabía que seguía conectado al respirador, con los pulmones demasiado enfermos y el cuerpo demasiado débil para respirar por sí mismo. Que todavía no había despertado de forma significativa, aunque sus escáneres cerebrales no mostraban nada malo. Que habían pasado más de 50 días desde que ingresó en el hospital y que teníamos que hablar de lo que vendría.

Pero cuando estaba junto a la cama, su marido tenía el mismo aspecto que tenía hace una semana, el mismo que podría tener la próxima si seguíamos avanzando. ¿Por qué teníamos que tener esta conversación hoy? ¿Se estaba muriendo?

Se podría pensar que es una pregunta fácil de responder. Pero aquí, en la unidad de cuidados intensivos, no lo es. ¿Qué ocurre cuando un paciente no se está muriendo activamente, pero tampoco mejorando?

Existe una forma que adopta la cuando queda claro que la vida que podemos ofrecer no es la que sería aceptable para el paciente. Es una muerte que se hace inminente solo con la retirada de los y las máquinas, una muerte que planificamos. Es extraño planificar una muerte, pero he llegado a comprender que es parte de nuestro trabajo en la UCI.

Comienza cuando hemos tomado la decisión de “transición a la comodidad” y los miembros de la familia me preguntan qué viene después. Lo que preguntan, en realidad, es cómo morirá su ser querido. Con toda la delicadeza que puedo, les digo que cuando estén preparados dejaremos de administrar los medicamentos y los tubos que prolongan la vida y les daremos otros medicamentos, a menudo morfina o un fármaco similar, para asegurarnos de que su ser querido no tenga dolor. A veces me preguntan si esta medicación acelerará la muerte, y les explico que sí, pero que nuestro objetivo principal es siempre aliviar el malestar.

Incluso tenemos un término para este equilibrio, el “principio del doble efecto”: como médicos, aceptamos el riesgo de una consecuencia negativa, como acelerar la muerte, siempre que nuestro objetivo sea ayudar al paciente aliviando los síntomas. Los medicamentos que administramos para aliviar el dolor no causan la muerte por sí mismos, sino que garantizan que nuestros pacientes estén lo más cómodos posible mientras mueren por su enfermedad subyacente.

Algunos familiares nos piden que dejemos todo de una vez. Otros piden un proceso más largo. Hace poco, alguien pidió a la enfermera que dejara que se agotaran todos los medicamentos y que no reemplazara las bolsas intravenosas. A menudo me sorprende hasta qué punto las personas tienen ideas sobre lo que les parece correcto, sobre cómo debería desarrollarse lo inimaginable. A veces hay música. Jerry García. Beethoven. Para otros, todo esto es una decisión de más, y se sientan en silencio.

–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times

Daniela Lamas es médica intensivista en el Brigham and Women’s Hospital en Boston