“Urge diseñar políticas basadas en evidencias que tengan un impacto real en estos segmentos de la población”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“Urge diseñar políticas basadas en evidencias que tengan un impacto real en estos segmentos de la población”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Patricia Rojas

Hace cinco años, la composición y el crecimiento de la eran parte activa del debate público. Las principales proyecciones sobre el ensanchamiento de este grupo de la población eran optimistas. No era para menos, la clase media pasó de representar el 20% de en el 2005 a representar al 35% de los mismos en el 2015, según Ipsos Perú. Es decir, un gran grupo de peruanos salió de la pobreza, pues la clase media creció en desmedro de los niveles más pobres del país. Como es sabido, entre el 2005 y el 2010, el PBI de nuestro país creció en promedio 7% al año.

En el último cálculo de niveles socioeconómicos del 2018, basado en la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho 2017), no se han registrado mayores cambios con respecto al 2015. Los niveles socioeconómicos B y C, que representan –en su sentido más amplio– a la clase media peruana, apenas alcanzan el 35,9% de hogares peruanos (en el 2015 representaban el 35,7%), mientras que esta cifra a nivel urbano es de 46,3%, prácticamente el mismo porcentaje que en el 2015. Es decir, no hemos avanzado nada en los últimos tres años; estamos, más bien, estancados.

Sobra decir que el crecimiento de este segmento es importante porque genera una masa crítica (actualmente es de alrededor de 3,2 millones de hogares) con mejores condiciones laborales, ingresos, seguridad social, nivel educativo, mayor participación de la mujer en los ingresos del hogar, etcétera; en comparación con los niveles más bajos de la población (D y E).

Además de no haber crecido en los últimos años, la composición de la clase media tampoco ha mejorado. El nivel socioeconómico C representa, desde el 2015, a 7 de cada 10 hogares de este grupo. Ello implica que la mayor parte de la clase media existente se encuentra en una situación de vulnerabilidad, pues la situación del NSE C dista mucho de la del NSE B.

Por ejemplo, menos de la mitad de las personas del nivel socioeconómico C accede a un empleo formal, mientras que aproximadamente dos de cada tres personas del B lo hacen. Quienes se encuentran empleados en el mundo informal no cuentan con beneficios laborales, como seguro social o cobertura en salud. Es claro que estos hogares están más expuestos a empeorar su condición social en casos como la pérdida de empleo, una enfermedad u otras contingencias para las que no están preparados.

La brecha también abarca el acceso a educación. En un hogar promedio de nivel socioeconómico C, solo 1 de cada 10 jefes de hogar tiene estudios superiores completos, versus la tercera parte del B. Es decir, es tres veces más probable encontrar a un jefe de hogar del nivel B con estudios superiores completos.

Entre el 2015 y el 2017, el PBI peruano creció en alrededor de 3% anual. Las proyecciones de crecimiento anual del PBI nacional para el 2021 se encuentran por debajo del 5%, según el MEF. La cifra proyectada no permite prever un importante ensanchamiento de la clase media, para ello tendríamos que crecer a tasas más altas. Lo más probable entonces es que lleguemos al 2021 con una situación no muy distinta a la que encontramos hoy en día en la distribución socioeconómica de la población.

Debería preocupar entonces su estancamiento y vulnerabilidad no solo para las personas vinculadas al mundo comercial, que encuentran diversas oportunidades de negocio en este segmento, sino también a los ‘policy makers’ que deben preocuparse por generar políticas públicas que saquen cada vez a más personas de la pobreza y consoliden a una clase media aún vulnerable.

En este sentido, urge diseñar políticas basadas en evidencias que tengan un impacto real en estos segmentos de la población. Concentrarse en un aspecto clave, como salud, podría marcar un primer paso.