"Ya está claro que la política y la gobernanza chinas no serán las mismas después del brote de COVID-19". (Ilustración: Givanni Tazza)
"Ya está claro que la política y la gobernanza chinas no serán las mismas después del brote de COVID-19". (Ilustración: Givanni Tazza)
Yuen yuen Ang

En China, las transformaciones políticas profundas pueden, y han tenido lugar, ante la ausencia de cambios de régimen o de una democratización al estilo occidental. El ejemplo más claro es el período de “reforma y apertura” que comenzó en 1978 a cargo de Deng Xiaoping.

La epidemia del coronavirus puede augurar un punto de inflexión histórico similar. El brote de lo que ahora se llama COVID-19 representa más que un momento pasajero de estrés para el Partido Comunista Chino (PCC). El mundo debería estar preparado para lo que podría venir después.

Normalmente, una sola epidemia, incluso si se maneja mal, no rompería el régimen chino. Durante las últimas cuatro décadas, el PCC ha resistido numerosas crisis, desde la tragedia de Tiananmén de 1989 y la epidemia de SARS del 2002-03, hasta la crisis financiera global del 2008. Algunos de los críticos del régimen han predicho durante mucho tiempo su inminente desaparición, solo para comprobar que están equivocados. Antes del presidente Xi Jinping, el estilo de gobierno chino era adaptativo y descentralizado, o producto de lo que yo llamo “improvisación dirigida”.

Esta vez es diferente. Desde su llegada al poder en el 2012, Xi ha reforzado el control político en el país y ha proyectado ambiciones de superpotencia en el extranjero. Estas políticas han desconcertado a los inversores privados chinos, alarmado a las potencias occidentales y han agudizado las tensiones con Estados Unidos. Todo ha contribuido a una desaceleración económica más amplia.

El brote de COVID-19 ha agregado una fuente adicional de estrés e imprevisibilidad a los crecientes desafíos del régimen. A medida que la epidemia persiste, China tendrá dificultades para reabrir sus negocios, lo que generará dificultades económicas aún más severas a medida que las pequeñas y medianas empresas fracasen, los trabajadores pierdan sus empleos y la inflación aumente. Si bien el liderazgo chino es experto en resolver una crisis a la vez, rara vez ha tenido que enfrentar tantas en simultáneo. Y las grietas ya se han notado.

Por ejemplo, en el pico de la indignación pública por el encubrimiento inicial del brote por parte del Gobierno, Xi desapareció de la vista del público. Después de su reunión con el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, el 28 de enero, no resurgió hasta su reunión estatal con el primer ministro camboyano, Hun Sen, el 5 de febrero. Para un líder que normalmente domina el ciclo de noticias de China, la ausencia de Xi en medio del pánico nacional ha sido conspicua, y llevó a algunos observadores chinos a especular que su control sobre el poder podría estar en peligro.

Si eso parece impensable, vale la pena recordar que los últimos años han traído eventos que pocos anticiparon. ¿Quién predijo, por ejemplo, que un magnate inmobiliario estadounidense se enfrentaría a un príncipe chino en una rivalidad de superpotencias que sacudiría el planeta, o que China podría reemplazar a Estados Unidos como un defensor de la globalización capitalista? El momento actual de precariedad bien podría dar paso a un cambio político más profundo.

Destacan tres posibilidades. El escenario más extremo y el peor de los casos es el colapso del régimen. Los críticos de China que leen esa frase no deben regodearse, porque la disolución repentina de un régimen autoritario no necesariamente conduce a la democratización; en muchos casos, conduce a una guerra civil. Una violenta lucha de poder dentro de China sería catastrófica para todo el mundo.

Afortunadamente, este escenario es poco probable. Aunque China esté bajo un estrés sin precedentes, su economía no se ha estancado. Como señaló Shang-Jin Wei, de la Universidad de Columbia, la industria de comercio electrónico altamente desarrollada de China permite a los residentes continuar comprando desde casa. Y aunque decenas de miles de chinos están infectados con el virus y muchos más están furiosos con el Gobierno, la gran mayoría de la población no está ni cerca de la desesperación.

El segundo escenario es un cambio de liderazgo al más alto nivel. Xi no puede evitar que se le culpe por la reacción violenta contra sus políticas restrictivas y sus acciones asertivas en el extranjero, que ya habían comenzado a socavar el apoyo para él incluso antes de la epidemia. Con la muerte de Li Wenliang, un médico que fue reprendido por las autoridades estatales por advertir a otros sobre el virus, las fallas del enfoque de arriba hacia abajo de Xi quedaron al descubierto. La noticia del fallecimiento de Li desató una tormenta de críticas en línea y el hecho de que Xi no apareciera en la primera línea de la lucha ha disminuido su credibilidad.

En principio, la abolición de los límites del mandato constitucional por parte de Xi le permite mantenerse como presidente de por vida. Pero si realmente permanecerá en el cargo después de que termine su mandato actual en el 2022 es ahora una pregunta abierta.

Debido a la concentración de poder en el sistema chino, el líder supremo tiene un impacto descomunal en todas las esferas de la sociedad, así como en la política exterior. Si un nuevo líder asumiera el poder en el 2022, o incluso antes, el resultado más probable sería un restablecimiento de todas las prioridades políticas de Xi, lo que obligaría al resto del mundo a revisar su pensamiento sobre China y su papel global.

En el tercer escenario, Xi se aferra a su puesto, pero está debilitado y el poder se traslada a varias otras facciones competidoras. Tal arreglo no estaría exento de precedentes. Después del Gran Salto Adelante, la campaña fanática de Mao Zedong en 1958-62 para “alcanzar a Gran Bretaña en diez años”, que mató a 30 millones de campesinos, Mao se vio obligado a retirarse, pero se mantuvo como líder supremo en el nombre.

Ya está claro que la política y la gobernanza chinas no serán las mismas después del brote de COVID-19. El mito que Xi y sus seguidores han sostenido sobre las virtudes del control centralizado ha sido demolido. Las palabras de despedida de Li: “Una sociedad saludable no debería tener una sola voz”, permanecerán grabadas en las mentes de cientos de millones de chinos, que han visto por sí mismos que la censura puede poner en peligro sus vidas.


–Traducido, glosado y editado–