Tras la caída de Kabul a manos de los talibanes, luego de la retirada de las Fuerzas Armadas estadounidenses de Afganistán, el mundo ha sido testigo de imágenes de miles de afganos desesperados por escapar de su país y del terror que significa el regreso de este grupo fundamentalista islámico. Ver a hombres, mujeres y niños aglomerados a las afueras y dentro del aeropuerto de la capital, con la esperanza de conseguir un lugar en algún vuelo que los ponga a salvo, ha generado en la comunidad internacional –y entre muchos estadounidenses– fuertes reclamos por ofrecerles a estas personas el estatus de refugiados, sobre todo a aquellos que trabajaron directamente para el Gobierno Estadounidense durante los 20 años que duró la guerra.
La discusión sobre la obligación humanitaria que mantienen EE.UU. y sus aliados para con los afganos que decían defender también es parte de un debate más grande, centrado en el rol de la nación norteamericana como líder del orden liberal internacional. Luego de asumir la presidencia este año, Joe Biden anunció en su primer foro internacional que “América está de regreso” y que iba a retomar una serie de objetivos de política exterior que involucraría una coordinación constante con los países de Occidente. El mensaje daba a entender que la administración de Biden dejaría atrás el aislacionismo de Donald Trump y que Estados Unidos volvería a promover un enfoque liberal en el sistema mundial.
El retiro de Afganistán y la subsecuente reacción del Gobierno Estadounidense ante el caos es la primera señal de que esta nueva versión del liberalismo internacional será mucho más limitada. En un discurso el lunes, Biden reafirmó su decisión de sacar a las fuerzas del orden, y puso gran parte de la culpa por el desorden y violencia en los afganos, quienes, según el presidente, no tomaron las oportunidades que se les dio para luchar por su país y reconstruirlo. Y si bien prometió que se rescataría a los miles de afganos que ayudaron a EE.UU. durante la guerra, no queda claro qué postura adoptará su gobierno frente a los demás ciudadanos que también desean huir de la tiranía talibán.
Sin duda, el mundo no es el mismo de hace 30 años, cuando, tras el fin de la Guerra Fría, surgió un orden unipolar en el que EE.UU. era la única superpotencia, y ningún analista esperaría que el país norteamericano tenga el mismo espíritu intervencionista de antaño. Menos, luego de 20 años de un conflicto en el Medio Oriente que no tenía solución ni fin a la vista. Sin embargo, sí había una expectativa de que, sin Trump, vuelva a ser el defensor de principios liberales como la democracia, los derechos humanos y los derechos de las mujeres y las minorías.
Sin embargo, ciertos factores harán difícil el cumplimiento de esta expectativa. De acuerdo con el politólogo Francis Fukuyama, ya no existe un consenso entre la élite estadounidense a favor de que el país mantenga su liderazgo en la política global, debido a los niveles de polarización política en la que está subsumida. Y el mismo Joe Biden estaría apostando por una política exterior “para la clase media” que siempre le sea útil al interés nacional, como manera de contrarrestar los impulsos ‘trumpistas’ entre la población norteamericana, según el profesor de la Universidad de Johns Hopkins Yascha Mounk.
Así, se va esbozando una política exterior que, en el discurso, reconoce la necesidad de promover estas causas para asegurar la continuidad de un orden que tanto le ha favorecido, pero que en la práctica priorizará los intereses domésticos. En otras palabras, una política exterior bastante errática que, muchos ya advierten, podría tener efectos contrarios a los esperados. Quizás América haya vuelto, pero queda por verse si su liderazgo también.