Congreso ilustración
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La última encuesta sobre corrupción revela que el Poder Judicial, el y la Policía Nacional del Perú ocupan los primeros puestos dentro de las instituciones percibidas como más corruptas. No obstante, el Parlamento nacional tiene una rigurosa tarea: dentro de su normatividad existe un Código de y una Comisión de Ética Parlamentaria, que realiza la función de control interno a los congresistas. Es delicada la tarea de determinar qué acciones transgreden los principios contenidos en el referido código y perjudican la imagen del Congreso ante la opinión pública ciudadana.

Este acelerado deterioro de la imagen del sector público obedece a que la conducta ética parlamentaria tiene que mejorar. Si bien la conducta ética no se encuentra regulada en las leyes de forma prescriptiva, está sustentada en principios y valores que tienen un grado discrecional o subjetivo en su cumplimiento o incumplimiento. Por ello, el Código de Ética tiene la finalidad de regular el comportamiento de los legisladores, de modo tal que permita ponderar las denuncias sobre situaciones y hechos cuestionables éticamente y por lo tanto se tiene que cumplir a cabalidad.

La ética parlamentaria es especial. Ya que también es política, requiere de un desempeño particular del parlamentario en el ejercicio de sus funciones y que cumpla con el objetivo para el que fue elegido. Mide el profesionalismo del congresista en el desarrollo de su labor legislativa, fiscalizadora y de representación. Es decir, no se rige solamente por el cumplimiento de la ley que corresponde a todo funcionario público, sino por la representatividad política y democrática.

No se trata de componer o descomponer la Comisión de Ética con personas ajenas al Congreso. Eso no va a solucionar el problema de raíz. Se trata de tomar consciencia de que debemos empezar por casa: todos los parlamentarios debemos promover la ética parlamentaria con el ejemplo.

Por ello, es necesario implementar normas que erradiquen la corrupción en nuestro país. Pero también fomentar políticas públicas que promuevan la ética entre los funcionarios del Estado y el sector privado, ya que las normas por sí mismas son ineficaces para conseguir ciudadanos éticos.

La ética es una cuestión personal. Debemos erradicar frases como: “hecha la ley, hecha la trampa”, “roba pero hace obra”, “el peor enemigo de un peruano es otro peruano”, la “criollada peruana” y la “viveza”, que nos hacen una sociedad injusta y evidencian la grave crisis ética y moral que vivimos hoy en día.

La ética pública se desvaneció por la misma ausencia del Estado y la invisibilidad de la justicia. No solo se trata de la ética pública, sino también de la privada. De cada 100 empresarios, 71 son percibidos como corruptos.

La lucha contra la corrupción es tarea de todos. Aún continúa la ilusión de llegar al Mundial 2018, todavía seguimos en el camino, pero hoy debemos ponernos la camiseta del Perú reafirmando los valores y principios esenciales que sustentan nuestra institucionalidad. Mejorar el prestigio de la institución parlamentaria depende de nosotros, la pelota ya está en la cancha.

La ética no es cuestión de números, pero multiplicar los valores suma en beneficio de nuestro país. Menos quejas y más ética es la batalla que debemos emprender.

¡Mejoremos, Perú!