Mira los resultados del concurso de reubicación docente 2014
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Fiorella De Ferrari

Durante los últimos tres meses hemos sido testigos del movimiento de miles de maestros alrededor del país solicitando resolver una serie de problemáticas –algunas de cuales tienen décadas circulando– sin llegar a buen puerto. A punto de cerrar la negociación entre el gobierno y las bases magisteriales disconformes, sus líderes retrocedieron. Su solicitud: la evaluación no puede estar asociada al despido. La consecuencia de desaprobar tres veces la evaluación de desempeño docente debe ser mantener al maestro en el puesto sin la posibilidad de escalar en la carrera magisterial.

El pedido parece alarmante, casi increíble. En cualquier trabajo es necesario rendir cuentas por el propio desempeño, y si después del acompañamiento, estrategias y advertencias los resultados no cambian, pues será uno despedido. Sin embargo, esta lógica no es tan razonable cuando la historia del sistema educativo cuenta con evidencia que no colabora con el interés por la evaluación. ¿Por qué?

Nuestro sistema de evaluación, para niños y maestros, no es un medio para “dar valor”. Este debería ser el fin de la evaluación. Para dar reconocimiento, se necesita construir una cultura de evaluación que no se base exclusivamente en los resultados, sino en la evolución cotidiana del desempeño. Así lo muestran investigaciones realizadas en el Perú (Rodríguez et al. 2016; Montero 2012), así como en otros contextos (Allen et al. 2016; Hamre et al. 2013; Mashburn et al. 2010). Si entendemos que la labor profesional es también un espacio formativo y de continuo aprendizaje, no podemos dejar solos a los maestros. Necesitamos darles retroalimentación con frecuencia para que construyan sobre ella. La retroalimentación no puede basarse exclusivamente en lo que el maestro falla y le falta, sino también en sus fortalezas. Si el maestro es evaluado una vez al año, lo que recibe es una fotografía injusta de su desempeño. Después de todo, el Estado los ha puesto ahí tras un proceso de selección, y tiene la responsabilidad de evaluar su trabajo continuamente.

¿Qué proceso de aprendizaje les hemos ofrecido a los maestros en las universidades y, luego, en la carrera magisterial? ¿Qué formación les hemos proporcionado, qué acompañamiento han recibido? Hoy más que nunca, gracias a la investigación en el campo de la formación y evaluación docente, sabemos que los mejores resultados los adquieren las escuelas donde los maestros son acompañados continuamente. La evidencia muestra que el acompañamiento a la escuela necesita ser continuo y colaborar en la construcción de una cultura en la que los maestros compartan sus estrategias, reflexionen sobre su práctica, muestren cómo los niños están aprendiendo y trabajen de forma colaborativa con sus colegas. El acompañante de la escuela no viene a fiscalizar: su reto es enseñar a aprender y a construir una comunidad de aprendizaje autónoma y creativa, no dependiente del ‘sistema’.

Así tendríamos maestros con menos miedo, porque entenderían que la evaluación es parte del día y que empieza por ellos. Incluso muchos quizá esperarían deseosos la visita del evaluador. Sería una oportunidad para probarse a sí mismos y ser reconocidos por sus méritos. Si esta fuera nuestra visión de la evaluación, las razones principales de las manifestaciones hubieran sido otras. Hubiéramos evitado ver a maestros tomar decisiones penosas que debilitan su imagen.

La evaluación es necesaria, pero no desde una cultura dictatorial en la que el maestro no tiene poder y se siente ‘víctima del sistema’ que lo fiscaliza y lo ‘condena’. Necesitamos una evaluación rigurosa que sea parte del día a día, que le permita al maestro construirse como un profesional autocrítico, deseoso por saber más, ser más competente para sus alumnos.

El “juego de poder” del que fuimos testigos durante la huelga tiene dos responsables. El Estado es uno y ustedes, señores maestros, son el otro. Este podría ser un momento importante para que ambas partes empiecen a autoevaluarse y a tomar conciencia de la responsabilidad de su actual pobre desempeño.