
Para algunos, considerando su inherente antifujimorismo, el Frente Amplio (FA) encara un dilema hacia la segunda vuelta: ¿apoyar o no a PPK? Lo primero consistiría en convertir a Kuczynski en el ‘mal menor’ de esta elección; mientras que lo segundo, en dejar el camino más fácil a Fujimori. Considero que esta aparente disyuntiva es falsa y que –atendiendo a criterios políticos y éticos– la izquierda tiene un camino viable y coherente: rechazar a ambos candidatos presidenciales.
Considerando criterios políticos, el FA tiene que ubicar su objetivo en el 2021, no en el 5 de junio próximo. Para la izquierda, la elección ya terminó, con un resultado positivo pero insatisfactorio. Para empezar a sedimentar ese 19% de respaldo electoral se requiere afianzar identidades tanto en su oposición al modelo económico como en su rechazo al legado autoritario del fujimorismo. En el Perú, las identidades políticas se desarrollan mejor en el campo del anti-establishment, es decir, por oposición a quienes ostentan el poder.
Contrariamente a lo que predican analistas espontáneos, el establishment es una categoría de significado móvil y de (re)creación política. Hoy la izquierda tiene la posibilidad de darle forma de rival a vencer a ese establishment conformado por la representación política del lobby tecnocrático y la mayoría parlamentaria fujimorista. De ese modo, podría capitalizar la insatisfacción con quienes (co)gobernarán los próximos años. Si la izquierda no capitaliza el descontento social, ¿quién lo hará? ¿Otro ‘outsider’? Entonces, ceder –aunque sea temporalmente– ante la posibilidad de PPK como ‘mal menor’, coloca a la izquierda como socio minoritario y contaminado del establishment.
Por otro lado, no se puede separar la política y la ética, mucho menos si se es de izquierda. Considerando criterios éticos, traicionar puntos fundamentales de la plataforma progresista –a lo Humala– implicará cargar una mochila de inconsistencias. Los costos políticos aumentarán si se apoya a quien expresa fáctica y simbólicamente a los ‘ganadores’ del ‘piloto automático’ que perpetúa la desigualdad. Además, el efecto que tenga el endose de votos del FA no va a ser decisivo, dado que el electorado no se disciplina ante las sugerencias de sus candidatos de primera vuelta. Para un izquierdista coherente –lo que pretende representar Verónika Mendoza– criticar a la economía de mercado y a la corrupción y autoritarismo imbricados en el fujimorismo es parte del mismo combo.
El voto en blanco y viciado no es una opción menor. Por el contrario, es el mayor daño posible que se puede hacer al establishment ppkausa-fujimorista que gobernará el país desde julio, independientemente de quien gane el balotaje. (De hecho, Democracia Directa parece tenerla clara). Cuánto mayor sea el porcentaje de nulos y en blanco, menor la legitimidad del poder estructural. El voto inválido resume emblemáticamente el sentido político y ético de la izquierda. En el primer sentido, gana la iniciativa de la representación del descontento; en el segundo, se erige como voto principista, de conciencia, innegociable. Así que si no votas viciado, no eres de izquierda pues. No florees.