Feminicidios, contándolos bien, por Wilson Hernández Breña
Feminicidios, contándolos bien, por Wilson Hernández Breña
Wilson Hernández Breña

Los hemos estado contando mal. En el 2011 hubo 93 feminicidios y en el 2015 fueron 95, según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP). La cifra no es particularmente alta. Nos ubicamos en el puesto 121 de 194 países con mayor número de asesinatos de mujeres por cada 100 mil habitantes.

¿Qué hemos estado contando mal, entonces? El problema es de omisión. Mientras que el número de feminicidios prácticamente no se movió en los últimos cinco años, el de tentativas de feminicidio tuvo una dinámica muy distinta: se triplicó entre el 2011 y el 2015. Pasó de 66 a 198 en apenas un lustro.

Para entender adecuadamente el fenómeno hay que sumar feminicidios y tentativas (llamemos a esta variable feminicidio agregado). Si bien la diferencia entre una y otra es abismal para quien la sufre, al mismo tiempo es cierto que muchas tentativas son tales por hechos fortuitos: insuficientes golpes, testigos inesperados, etc. Contar solo los feminicidios para dar magnitud a este problema produce una visión parcial del fenómeno.

Sumar el hecho efectivo y su tentativa no es una práctica extraña. El propio INEI lo hace cuando mide la incidencia delictiva y, producto de este método, reporta que uno de cada tres peruanos ha sido víctima de algún hecho delictivo. Con este sustento, entonces, debemos concluir que, lejos de estar estancado, el feminicidio agregado ha aumentado en forma constante y creciente en los últimos años.

Pero este no es el único problema que surge al contar los feminicidios. El otro inconveniente es que las dos fuentes oficiales de datos no concuerdan. Además del MIMP, el Observatorio de la Criminalidad (OC) del Ministerio Público reporta cifras de feminicidio y tentativas. Pero lejos de descartarlas, podemos entender que el MIMP es más eficiente midiendo tentativas (porque lo hace a través de sus Centros de Emergencia Mujer donde atiende a mujeres por violencia familiar) y el OC es más eficiente midiendo feminicidios (por su cercanía a las denuncias penales). 

Y a todo esto, ¿para qué sirve tener la cifra de feminicidio agregado? Nos da otro nivel de análisis. Por ejemplo, en el Perú nos permitió conocer que el número de feminicidios aumenta entre noviembre y enero de cada año, cuando existe mayor presión de gasto. La relación entre economía y feminicidios no es extraña. Durante la crisis argentina de hace algunos años, se registró un aumento inusual no solo de suicidios sino también de feminicidios. Por otro lado, en solo cinco años, el perfil de edad del hombre feminicida varió. Aumentó la proporción de asesinos jóvenes de entre 18 y 25 años (2009: 26%; 2015: 36%) pero también de los que tenían de entre 36 y 45 años (2009: 13%; 2015: 21%).

Más que generar curiosidad, datos de este tipo deben orientar el desarrollo de políticas para evitar picos predecibles de feminicidios y focalizar el trabajo preventivo en hombres de determinados grupos de edad.

Pero, junto a lo anterior, si por algo hay que empezar para comprender y combatir el feminicidio en el Perú, es por contarlos bien.