“El crecimiento y la inclusión no son objetivos contrapuestos, sino que se refuerzan mutuamente”. (Ilustración: Rolando Pinillos Romero).
“El crecimiento y la inclusión no son objetivos contrapuestos, sino que se refuerzan mutuamente”. (Ilustración: Rolando Pinillos Romero).
/ Rolando Pinillos Romero

El escaso crecimiento económico y la alta desigualdad son las maldiciones gemelas de América Latina. Gemelas, pero no contrapuestas. El crecimiento económico y la inclusión son complementarios. Así que poner todo nuestro esfuerzo en alcanzar un objetivo y no el otro es probablemente una receta para el fracaso. Por ejemplo, centrarse en la inclusión e ignorar el crecimiento económico puede dar lugar a una base impositiva más baja, lo que va a dificultar la prestación de servicios públicos de alta calidad, servicios de los que a menudo se benefician las personas marginadas a las que queremos ayudar. Del mismo modo, el crecimiento puede ser insuficiente. A menudo, poderosos grupos económicos obtienen enormes beneficios mientras que los más desfavorecidos salen perdiendo en el proceso. El trozo de la tarta quizá se agrande en promedio, pero solo a costa de un importante malestar político.

La primera década del siglo XXI fue, en muchos sentidos, la mejor década para América Latina y el Caribe de la historia reciente. En términos reales, el crecimiento económico per cápita en la década del 2000 fue del 1,86% anual en promedio, en comparación con las menores tasas de crecimiento de la década de 1990 (1,36% per cápita anual) y, especialmente, con la década perdida de 1980, cuando el crecimiento promedio per cápita fue negativo (-0,77%). Notablemente, los 2000 no solo fueron un período de alto crecimiento general, sino que este crecimiento también fue muy favorable para los pobres. Entre el 2002 y el 2011, más de 50 millones de latinoamericanos salieron de la pobreza mientras la desigualdad disminuía rápidamente, de 0,55 en el 2000 a 0,50 en el 2010 (según el coeficiente de Gini). Este crecimiento inclusivo es notable en una región que durante mucho tiempo había sido la más desigual de todas las regiones del mundo.

Las claves de este crecimiento inclusivo se hallan en una combinación de buenas políticas y buena suerte. La buena suerte vino del extranjero: el fuerte crecimiento de China generó una fuerte demanda de materias primas, lo que incrementó los precios de los bienes comúnmente exportados por los países latinoamericanos. Entretanto, las buenas políticas se desarrollaron al menos en dos frentes. En el ámbito macroeconómico, los gobiernos mostraron mucha más responsabilidad fiscal y monetaria. En el microeconómico, se aseguraron de no dejar atrás a los pobres. Implementaron programas redistributivos, en particular transferencias monetarias condicionadas y pensiones no contributivas, para ayudar a los más vulnerables a cosechar los beneficios de la expansión.

El crecimiento inclusivo operó fundamentalmente a través de la evolución del mercado laboral. En particular, la gran mayoría de los países experimentaron una notable reducción de la desigualdad salarial. Según , la rápida disminución de la desigualdad salarial entre el 2002 y el 2012 fue el resultado de una combinación de dos grandes fuerzas: la expansión de la educación y los cambios en la demanda interna agregada alimentados por el auge de los precios de las materias primas que favorecieron a los trabajadores menos calificados. En algunos países, los rápidos aumentos del salario mínimo y la veloz tendencia a la formalización del empleo también desempeñaron un papel de apoyo.

Estos logros sociales, sin embargo, tuvieron un lado oscuro, pues los aumentos superiores a la media de los ingresos de los pobres no se debieron al aumento de la productividad. Incluso durante esta década de fuerte crecimiento, los países de América Latina y el Caribe continuaron perdiendo terreno en la productividad total de los factores y la productividad del factor trabajo en relación con muchos otros, como India, China y los Estados Unidos.

Desde que el auge de las materias primas llegó a su fin en el 2009, las tasas de crecimiento han sido sustancialmente inferiores: un promedio del 0,64% per cápita anual desde el 2010. Con un crecimiento limitado, el espacio para el aumento del salario mínimo también ha disminuido. La pobreza y la desigualdad han dejado de disminuir en muchos países y, en algunos, incluso han empezado a aumentar.

Un pesimista podría inclinarse a estar de acuerdo con el famoso dicho de William Faulkner de que “el pasado nunca está muerto, ni siquiera es pasado”. Sin embargo, hay dos fuerzas que, al menos parcialmente, frenan el retroceso de las conquistas sociales. La expansión de la educación, aunque se ha centrado en el acceso y a menudo ha descuidado la calidad, continúa. Y, debido a que el desempleo sigue siendo relativamente bajo en muchos países, los salarios mínimos y la rigidez de los salarios a la baja protegen parcialmente los sueldos de los trabajadores menos calificados.

Ello no significa que podamos ser complacientes. No olvidemos que, a pesar de los recientes avances, América Latina sigue siendo muy desigual. La agenda del crecimiento inclusivo tiene que proteger lo que se ha logrado e impulsar la actividad económica para reducir aún más la desigualdad. Para ello, esta agenda debería bascular sobre tres pilares: (i) el acceso a programas que aseguren que los niños pobres y los niños marginados de otras maneras no comiencen la escuela en desventaja, (ii) la provisión de educación de alta calidad a los niños y habilidades técnicas a los jóvenes para que puedan tener éxito y ser productivos en el mercado laboral, y (iii) reformas del mercado laboral y de productos para crear un mercado laboral que funcione eficientemente, cree puestos de trabajo, recompense las destrezas y provea empleos de alta calidad para todos.

Como ha demostrado en su pasado más reciente, América Latina puede lograr un crecimiento inclusivo. El crecimiento y la inclusión no son objetivos contrapuestos, sino que se refuerzan mutuamente, y mientras la región mantenga sus prioridades en orden, podrá seguir avanzando por el camino del progreso.