(Foto: Archivo El Comercio).
(Foto: Archivo El Comercio).

Una tarde de agosto de 2006, Jaime Thorne fue a verme a mi oficina en el PAD de San Isidro. Yo no lo conocía, pero le habían dado referencias sobre mí y quería saber si estaba dispuesto a acompañarlo en el Consejo Directivo del Indecopi, en el que él sería presidente. Me sorprendió esa apertura, máxime cuando –como le dije– yo no era aprista ni tenía inclinación por ese partido (seguro ya lo sabría). Con el tiempo comprobé, en repetidas ocasiones, que Jaime sabía rodearse de colaboradores por sus cualidades y capacidades antes que por su filiación política.

Me preguntó mi opinión sobre el rol del Indecopi y su funcionamiento para promover una economía social de mercado, con preocupación por la defensa del consumidor y de otras áreas de este organismo.

He aprendido mucho de Jaime acerca de cómo se debe trabajar en el Estado y especialmente de cómo servir desde el Estado a los ciudadanos, haciendo valer la misión de la institución, defendiendo sus fueros y potenciando sus capacidades para cumplir cabalmente y sin cortapisas su finalidad.

Jaime procuraba que las reuniones del Consejo Directivo no se alargaran, pidiendo y escuchando la opinión de quienes allí estábamos. Buscaba consenso, pero, como buen director, no dejaba de marcar el rumbo. Sabía trabajar en equipo con los demás funcionarios, dando juego y exigiendo resultados. Sin duda, respetaba las decisiones de los órganos funcionales, comisiones o tribunales, pero no vacilaba en sentar las ideas rectoras de la institución, en pro del objetivo de defensa de la economía de mercado y del consumidor, aunque solía oponerse a que se pudiera tomar a este último como un ciudadano minusvalorado intelectualmente.

Coherente con su forma de ser, en los viajes por razón del cargo era sobrio y destinaba el tiempo necesario, sin hacer turismo. Era alegre, con buen humor, optimista, realista, y basaba su quehacer diario en el respeto a las personas. Quería mucho al Indecopi y siempre lo defendía en toda instancia y ante cualquier posible interferencia, principalmente cuidando su independencia funcional y económica. Se preocupó por contratar y retener buenos profesionales, mejorando sus remuneraciones y condiciones de trabajo. Impulsó todas las áreas de la institución, particularmente la de atención al ciudadano, y promovió una acertada descentralización. Un ejemplo de servidor público.

Con el doctor Jaime Thorne tuve una buena amistad, que comenzó en esos cinco inolvidables años trabajando en su Consejo Directivo y se fue acrecentando con el tiempo. Este directorio fue mi primera experiencia como funcionario público, aunque ya había tenido la oportunidad de trabajar en algunas comisiones de reestructuración patrimonial. Después vendrían otros encargos, pero sin duda fue durante esos años que aprendí de un gran maestro. Muchas gracias, Jaime.