Jorge Avendaño fue un destacado abogado con más de 40 años de trayectoria. (El Comercio)
Jorge Avendaño fue un destacado abogado con más de 40 años de trayectoria. (El Comercio)

En los últimos días ha habido innumerables muestras de afecto y cariño a Jorge Avendaño resaltando sus cualidades como jurista, abogado, maestro universitario, congresista y demócrata. Quiero ahora escribir unas líneas sobre cómo educó a sus hijos.

Mi papá fue una persona muy religiosa. Su visión de la Iglesia cambió con los años, pero fue creyente hasta su muerte. Su formación religiosa provino de su mamá, una mujer devotamente cristiana.

Mi papá se formó con las leyes de Dios y del hombre (el Derecho), y por eso la religión influyó en la forma cómo nos educó. A modo de anécdota, nos enseñaba con parábolas. Cuando alguno de sus hijos le reclamaba porque no castigaba igual todas las faltas, invocaba la parábola del hijo pródigo, la de aquel hombre que tuvo dos hijos y el menor se fue a vivir lejos y gastó todos los bienes que su padre le había adelantado. El hijo se arrepintió y regresó, y el padre organizó una fiesta de bienvenida.

Así también, si alguno de nosotros cuestionaba sus niveles de exigencia, recurría a la parábola de los talentos, que enseña que una decisión es justa cuando se exige a cada uno en función de sus capacidades. Más allá de lo anecdótico de las parábolas, la educación que nos impartió estuvo basada en principios religiosos.

De niños fuimos educados verticalmente, con una serie de normas que debían cumplirse. Había reglas para todo. Luego, mi papá tuvo cambios personales en su vida que influyeron en nuestra educación. Disminuyeron las reglas. Quería que sus hijos tuviéramos la capacidad de decidir con libertad pero, al mismo tiempo, que fuéramos responsables de nuestros actos.

En cualquiera de las dos etapas de nuestra educación, de chicos en un mundo vertical o de adolescentes con muchas libertades, siempre estuvieron presentes valores religiosos como verdad, virtud, justicia, perdón, esfuerzo, perseverancia, superación y solidaridad.

En la década de 1970, Jorge Avendaño impulsó el método activo de la enseñanza del Derecho. Mi papá me explicaba este método comparando al profesor con el entrenador de un equipo de fútbol. La tarea del entrenador de fútbol –decía– consiste en dirigir a los jugadores desde un costado de la cancha. Los jugadores –y no el entrenador– se visten de corto, corren por el campo, patean la pelota, practican el fútbol. El entrenador ingresa a la cancha de vez en cuando, da una que otra indicación, y luego deja que los jugadores sigan jugando al fútbol. Así se aprende fútbol, y así se aprende Derecho.

Mi papá aplicó el método activo a la educación de sus hijos, al menos en la segunda etapa de nuestra educación. Como un buen entrenador de fútbol, nos orientó y dirigió para que nos desarrolláramos por nuestros propios medios. Se involucró en el proceso educativo, y nos dio las herramientas necesarias para nuestro desarrollo, pero el eje de la educación estuvo en nosotros. Nos incentivó para que fuéramos independientes y nos dio libertad para que decidiéramos.

Un ejemplo de ello fue cuando tenía 12 años, y mi hermano de 15 se fue a Madre de Dios con unos amigos. El lugar quedaba a tres horas de Puerto Maldonado y se llegaba en peque peque. Cuando despedí a mi hermano en el aeropuerto, tuve pena de no ir y me puse a llorar. Al día siguiente, mi papá (con la aprobación de mi mamá) me autorizó para que volara solo al Cusco y de allí a Madre de Dios. En Puerto Maldonado tomé el bote, y llegué a mi destino. Viajar solo supuso muchos riesgos por mi corta edad, pero mi papá me incentivó a hacerlo. Quería que aprendiera, en la cancha, a asumir ciertos riesgos, a ser independiente.

Somos nueve hermanos (casi un equipo de fútbol). Todos estamos muy orgullosos de nuestro papá y de cómo nos educó. Seguirá presente siempre con nosotros, porque las personas existen mientras pensemos en ellas.