“¿Cuántos peruanos hoy pueden verse emotivamente interpelados con un discurso electoral que les pide que no prioricen sus apremiantes necesidades actuales?”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“¿Cuántos peruanos hoy pueden verse emotivamente interpelados con un discurso electoral que les pide que no prioricen sus apremiantes necesidades actuales?”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Ricardo Sifuentes

Varios inminentes candidatos presidenciales, tan distintos como o , vienen alertando de que el principal peligro que enfrentaremos en las será el populismo. Es posible que muchos coincidan en este punto con ellos. Sin embargo, levantar esta bandera puede ser una estrategia electoral riesgosa y contraproducente.

No hay que ser particularmente avispado para recordar cuál es el principal objetivo en una campaña electoral: ganar. No se trata de formular el diagnóstico social más riguroso de la realidad; se trata de obtener votos. En primer lugar, votos para superar la primera vuelta.

¿Cuántos peruanos hoy pueden verse emotivamente interpelados con un discurso electoral que les pide que no prioricen sus apremiantes necesidades actuales? Ya vivimos contextos similares. Podemos evocar, por ejemplo, las medidas de ajuste económico en 1990. El Fredemo pidió a los peruanos responsabilidad y sacrificio en el presente para dirigirnos hacia un futuro menos catastrófico. Su competidor fue un desconocido y “populista” , que juró que no aplicaría nada de eso. Ya sabemos quién ganó.

En el 2006, apareció el “populismo” chavista de . Como competidores, entre otros, tuvimos a Valentín Paniagua y su Frente de Centro (que en algo resuena a la plataforma de centro que hoy convoca Guzmán). También estuvo Lourdes Flores, que representaba la “responsabilidad económica” (un discurso similar al que se le escucha hoy a Keiko). Ninguno pasó a segunda vuelta.

El que se coló, más bien, fue , cuyo equipo leyó mejor el momento. En primera vuelta, García no abanderó el antipopulismo. Esbozó su propio halo progresista a través de propuestas que proyectaban una imagen de mayor justicia social, inclusión e igualdad. Instalado en segunda vuelta, no atacó la demanda de cambio (que representaba Humala), sino que lanzó su propia versión del concepto “el cambio responsable”. Y ganó.

No proponemos que, como García, se formulen promesas que jamás serán cumplidas, sino que se realice un ejercicio democrático: que se escuche a la gente. Es muy posible que solo una élite de personas con privilegios se entusiasme con un discurso “antipopulista”. Si una estrategia así no funcionó en 1990, ni en el 2006, menos lo hará hoy.

Hoy tenemos a millones de peruanos atravesando una crisis múltiple. ¿Los candidatos les pedirán a estos peruanos que sean “racionales” y que no caigan en el sesgo del presente? Además, ¿lo harán precisamente esos candidatos que, aun siendo nuevos, provienen de una élite política y social que solo ha generado rechazo durante las últimas décadas?

Existe una antigua e importante confusión entre populismo y demagogia. El populismo, señala Ernesto Laclau, es una estrategia discursiva de construcción política que divide a la sociedad entre el pueblo y una élite. En este esquema, el “pueblo” ha sido perjudicado por esta élite que detenta el poder y lo ejerce en contra de las mayorías. Por otro lado, la demagogia hace referencia a la utilización de las emociones primarias, las mentiras, los regalos y los halagos a la gente para conseguir el poder. Aunque se les suele usar como sinónimos, no lo son.

Suscribimos a Chantal Mouffe cuando advierte de que la condena moral hacia el populismo es contraproducente porque refuerza los sentimientos antiestablishment entre aquellos que carecen de un lenguaje para formular quejas y demandas válidas.

En consecuencia, aquellos candidatos legítimamente preocupados por ciertas formas de populismo demagógico harían mejor, en lugar de levantarlo como el centro de sus pesadillas, en ocuparse de ubicar el tema que usarán como bandera en esta elección. Y, a través de este, intentar canalizar y dar respuesta a las demandas populares.

Investiguen y escuchen con atención las preocupaciones centrales de los peruanos que pueden estar molestos contra la élite política y que están golpeados por la crisis. Elijan con habilidad y cuidado su tema de campaña y conviértanlo en su prioridad discursiva. No decimos que dejen de opinar y advertir al respecto, pero apuntalar como protagonista a la lucha “contra el populismo” solo los posicionará como parte del establishment que el relato populista responsabiliza de todos los males. Los hará ver como destacados integrantes de esa élite que “el pueblo” busca destronar.