El parlamentario Daniel Salaverry, sin embargo, pide modificar la Ley de Etiquetado de Productos Industriales para que la información referida al porcentaje del contenido de azúcar, grasa y sales en alimentos y bebidas sea expresado en un gráfico de barras de colores rojo, amarillo y verde, como un semáforo. (Foto: archivo)
El parlamentario Daniel Salaverry, sin embargo, pide modificar la Ley de Etiquetado de Productos Industriales para que la información referida al porcentaje del contenido de azúcar, grasa y sales en alimentos y bebidas sea expresado en un gráfico de barras de colores rojo, amarillo y verde, como un semáforo. (Foto: archivo)
José Recoba

Como país nos podemos preciar de que en los últimos 20 años hemos hecho bien las cosas en materia de alimentación. Por ejemplo, la desnutrición crónica infantil ha reducido su incidencia de casi 40% a 13%, y la anemia en niños de más de 60% a 43%. No obstante, este último indicador es aún preocupantemente alto. 

Frente a dificultades como la anemia, la obesidad no es el problema más gravitante de salud pública. Si bien es cierto que el incremento de casos de personas con enfermedades crónicas no transmisibles –como el cáncer, la diabetes o la hipertensión– requiere de una política de salud pública, este problema no obedece exclusivamente a lo que comemos sino a cómo comemos. No es el alimento sino la dieta en su conjunto la que genera obesidad y, por tanto, propensión a enfermedades crónicas. 

La obesidad, una de las principales causas de las enfermedades crónicas no transmisibles, responde a un conjunto de factores relacionados al estilo de vida de las personas, debido a que cada vez realizan menos actividad física y llevan una dieta desordenada. Es decir, el alimento calórico –sea una galleta o un lomo saltado– no es el único culpable. 

Además, debemos reconocer que en el Perú la gente no se muere de cáncer, diabetes o hipertensión porque coma mal, sino porque no tiene dónde atenderse oportunamente. Por ejemplo, a fines del 2016 la contraloría reveló que el 50% de las postas médicas en el país no contaba con personal médico suficiente y el 47% no tenía la infraestructura mínima para brindar una adecuada atención. 

Hace unos días el Congreso aprobó en primera votación la incorporación del semáforo nutricional en la Ley de Alimentación Saludable. Este sistema incorpora al etiquetado advertencias en forma de octógono para los alimentos procesados. 

Adicionalmente la norma dispone la realización de un estudio de perfil nutricional. Es decir, un perfil de lo que comen y cómo comen los peruanos que permitirá tener un mejor diagnóstico –y dejar de andar regulando a ciegas– para la implementación de políticas públicas y, sobre todo, tener una base científica para definir las raciones o porciones de ingesta sobre las cuales se podrá analizar si un producto es alto, medio o bajo en azúcar, sodio y grasas. 

Estos cambios son importantes pero siguen sin atacar el problema de fondo: los peruanos debemos empezar a llevar una dieta más saludable. Esto se debe a la politización de un tema que debería ser estrictamente técnico y a la resistencia de un sector de la industria a ser regulado (lo que finalmente explica, que en casi cinco años, la Ley de Alimentación Saludable no haya podido ser aplicada). 

En el mundo no existe evidencia de un sistema de etiquetado de alimentos que sea 100% efectivo. Las guías diarias de alimentación y los semáforos son los más utilizados frente a un octógono que solo ha sido aplicado en Chile y que fácilmente puede ser evadido. Por ejemplo, si un producto es considerado alto en azúcar con 23 gramos, solo bastaría reducir su fórmula a 22 gramos para liberarse de los sellos de advertencia de los octógonos. No obstante, en la práctica, en términos de calorías, tanto el primero como el segundo producto vienen a ser lo mismo. Incluso las gaseosas se publicitan como libres de sellos, atribuyéndose implícitamente una condición saludable cuando, en realidad, no lo son. 

La famosa Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) —tan citada en el Perú— señala en su Obesity Update 2017: “La evidencia sugiere que los sistemas de ‘semáforos’ nutricionales potencialmente pueden incrementar en 18% el número de personas que eligen una opción más saludable y propician una reducción de 4% en el consumo de calorías”. Asimismo, el estudio menciona: “Según un experimento de diez semanas sobre el etiquetado de alimentos en 60 supermercados de Francia, la etiqueta NutriScore de cinco colores fue el sistema de etiquetado nutricional más efectivo entre los estudiados, resultando ser el elegido para ser implementado en todo el país desde abril del 2017”. 

En contraparte, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de Salud (OMS) señalan otros estudios sobre la efectividad de los octógonos, lo cual es totalmente discutible a la luz de los pobres resultados obtenidos en cuanto a los índices de obesidad. Esto no nos debe ser extraño. Hace poco un estudio de la Sociedad Americana de Epidemiología evidenció que el 55% de las recomendaciones de la OMS se sustentan en débiles bases científicas. 

Estamos frente a un debate que se ha contaminado por intereses políticos. Esto solo puede ser revertido basando las decisiones regulatorias en evidencia, estudiando el perfil nutricional de los peruanos y acelerando la implementación del etiquetado – idealmente– antes de que esté listo el reglamento.