(Foto: Archivo El Comercio)
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Carlos Bruce

Habiendo sido aludido hace unos días en un como “demagogo” y “populista”, y que manifiesto un “insensato desprecio” por la privatización en los servicios de agua y saneamiento, me veo obligado, ejerciendo mi justo derecho a réplica, a aclarar unos puntos que no se pueden pasar por alto.

Creo en el mercado como el mejor asignador de recursos. Pero también entiendo que nuestro país requiere en determinados momentos de la acción del Estado para resolver inequidades construidas a lo largo de décadas.

Por eso, en mi anterior gestión como ministro de Vivienda se diseñaron las políticas públicas que permitieron a cientos de miles de peruanos convertirse en propietarios. ¿Puede alguien mostrar acción más eficiente en la construcción de ciudadanía, en la promoción de una economía de mercado, que las políticas de vivienda que iniciáramos hace quince años? Y entonces preguntémonos, ¿fueron ellas producto solo de las leyes del mercado o requirieron de la participación del Estado?

En efecto, para el éxito alcanzado en los programas de vivienda que nos tocó diseñar y promover, un factor clave fue la alianza estratégica planteada entre el Estado y el sector privado financiero y de la construcción, además de la participación activa de la población organizada.

Fue así que desde el año 2002, gracias a los programas de vivienda social Techo Propio y Mivivienda se ha logrado beneficiar a más de 390.000 familias con viviendas dignas. Por ello, nada más lejos de la realidad que atribuirme cierta ojeriza hacia la iniciativa privada, cuando resulta palpable haber contribuido a la generación de miles de propietarios de una ansiada vivienda, ingresando a la formalización y participando del sistema bancario, dinamizando así la inversión privada de la construcción.

En el éxito alcanzado gracias al conocimiento de nuestra realidad, el papel rector de las políticas públicas para este sector de enormes necesidades insatisfechas tiene que estar bajo responsabilidad del Estado. Esto ha sido así históricamente en el desarrollo del capitalismo tanto en Estados Unidos e Inglaterra como en otros países de Europa occidental, así como en los llamados tigres asiáticos.
Está demostrado que no soy un liberal de gabinete, pero como hombre de Estado entiendo que décadas de presencia estatal en la economía requieren un proceso paulatino, que con políticas exitosas demuestre y convenza a los peruanos más pobres de las bondades del mercado. Desde el Estado no son tolerables fanatismos ideológicos, sino la generación de bienestar para las mayorías.

¿Puede ser el Estado exitoso en la administración de empresas de saneamiento? Veamos los casos de sociedades similares a la nuestra, donde el éxito de empresas estatales contradice lo afirmado como posición editorial de este Diario: Empresa de Acueducto y Alcantarillado (Colombia), Aguas de Pereira (Colombia), Empresa Pública de Medellín (Colombia), Empresa Estatal de Monterrey (Mexico), son algunos casos de éxito. De otro lado, el fracaso de empresas privadas como Suez (Argentina), Enron (Argentina), Bechtel (Bolivia), Aguas de Valencia (Venezuela), Aguas de Bilbao (Uruguay) o en el Perú reciente el caso de Aguas de Tumbes.

Por último, carece de sentido comparar la empresa Sedapal con otras realidades ajenas a la nuestra, sin considerar todos los recursos que se tienen que destinar para traer agua a la capital desde los cerros de Junín y Pasco, a 5.000 m.s.n.m., pasando por túneles trasandinos hasta llegar a las plantas de tratamiento de Huachipa y la Atarjea, para atender a cerca de 10 millones de habitantes. Esto además del rol subsidiario que tiene que realizar el Estado ante tanta pobreza de nuestros pueblos.

Bienvenido el debate público sobre este y otros temas, pero no cargado de falacias y adjetivaciones que no contribuyen a la búsqueda de una sociedad inclusiva y solidaria.