¿Llegó la paz a Colombia?, por Roberto Heimovits
¿Llegó la paz a Colombia?, por Roberto Heimovits
Roberto Heimovits

Después de cuatro años de negociaciones, el 24 de agosto el líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Rodrigo Londoño ‘Timoschenko’, y el presidente del país, Juan Manuel Santos, anunciaron en La Habana que han logrado un acuerdo de paz.

Si se llega a implementar, pondría fin a un conflicto que ha asolado desde 1964 a este país vecino de 48 millones de habitantes, el tercero más populoso de América Latina, y con un PBI de US$293 mil millones en el 2015, el cuarto más grande de la región; y que habría causado 220 mil muertos y 7 millones de refugiados.

Lo complejo que ha sido llegar a este acuerdo se refleja en la cantidad de temas que aborda: reforma agraria, combatir el tráfico de cocaína, reparaciones a las víctimas, justicia, desarme de la guerrilla y su participación en la vida política.

¿Qué ha llevado al gobierno y a la guerrilla a firmar un acuerdo después de tantos años de guerra y desconfianza? Quizá el factor decisivo ha sido el creciente convencimiento de la guerrilla de que está perdiendo, y que si continúa peleando, les va a ir peor aun. 

Esto no siempre fue así. A fines de la década de 1990 las FARC se habían convertido en la guerrilla más grande y poderosa de América Latina. Contaba con 17 mil combatientes bien equipados con armas ligeras y controlaba entre el 30% y el 50% del país. La guerrilla no supo aprovechar esa posición de fuerza para lograr un acuerdo favorable en las negociaciones que inició el presidente Andrés Pastrana (1998-2002).

Sin embargo, durante la presidencia de Álvaro Uribe (2002-2010), el balance del poder militar se comenzó a inclinar claramente contra las FARC. Una mejora muy significativa en el armamento y equipo de las Fuerzas Armadas de Colombia –especialmente  helicópteros de transporte y ataque– y en su entrenamiento las hizo mucho más coordinadas y móviles. 

Así, potenciadas, las FF.AA. colombianas arrebataron la iniciativa estratégica a la guerrilla y, a partir del 2008, le asestaron una serie de golpes sin precedentes logrando matar o capturar a miles de sus combatientes, incluyendo a algunos de sus jefes más importantes, quitarles bastante territorio y reducir su número a unos 8 mil integrantes. 

Otro grave problema para las FARC es la falta de apoyo popular, resultado de su creciente desprestigio por secuestrar civiles por dinero, maltratar prisioneros y participar en el tráfico de drogas.

El tratado aún debe ser ratificado por un plebiscito el 2 de octubre, y hay una fuerte oposición encabezada por el ex presidente Uribe. Esta sostiene que las FARC están ganando demasiado en La Habana (varios de sus integrantes han cometido crímenes tales como secuestros y asesinatos, pero si confiesan no serán encarcelados, sino solamente estarán bajo un régimen de libertad condicional). La oposición también considera una concesión muy peligrosa permitir a los ex insurgentes participar en la vida política donde, temen, ganarían numerosos votos para imponer un modelo populista y semi-dictatorial tipo Venezuela .

Suponiendo que el plebiscito sea favorable al acuerdo, ¿puede realmente traer la paz a Colombia? Esto dependerá principalmente de que ambas partes obtengan aquellos aspectos –entre sus numerosos puntos– mínimamente indispensables para que los beneficios les sean superiores a los costos. 

Para las FARC, esto implica que una vez desmovilizados puedan ganarse la vida de manera razonable, ya sea cultivando tierras o en otras ocupaciones. Y más importante aun, que una vez que se hayan desarmado, grupos paramilitares de ultraderecha no comiencen a matarlos, como sucedió con el M-19.

Para el Estado colombiano, esto significa que la guerrilla efectivamente entregue el territorio que controla y sus armas, y que no pretenda simplemente seguir la guerra cambiándose de nombre.