Londres y el terrorismo de “baja tecnología”, por P. Keller
Londres y el terrorismo de “baja tecnología”, por P. Keller
Paul Keller

El ataque de hace un par de semanas en  falló en su intento de golpear el corazón del parlamento británico, pero logró levantar serios cuestionamientos sobre la habilidad de una capital europea de defenderse frente a la nueva ola de terrorismo de “pequeña escala” o “baja tecnología”.

Khalid Masood, el atacante de 52 años, atropelló con su auto a varios peatones en el puente Westminster, asesinando a tres personas e hiriendo a muchas más. Luego corrió hacia el parlamento y, para tratar de entrar por la fuerza, apuñaló y mató a un policía que estaba desarmado, pero momentos después fue abatido por los disparos de otro oficial. El acto fue a la vez chocante y altamente simbólico: un ataque contra el centro de la democracia y el poder británico, en una de las instituciones mejor defendidas y en medio de una jornada de trabajo. Aún se investiga qué motivó a Masood y si trabajó solo o con cómplices.

Significativamente, se trata del primer asesinato en el Palacio de Westminster desde el del político Airey Neave en 1979, durante el conflicto con Irlanda del Norte. La más reciente operación terrorista había sido el llamado ataque "7/7" en 2005. Pero incluso luego del reciente ataque, el nivel de amenaza de terrorismo en el Reino Unido se mantuvo en “severo”, lo que significa que las autoridades estimaron que nuevos ataques eran altamente probables. Según la Policía Metropolitana de Londres, en los últimos cuatro años han sido destapadas trece conspiraciones terroristas. Pero las autoridades admiten que los ataques de “baja tecnología” por un solo atacante, como Masood, son extremadamente difíciles de prevenir, por lo que solo era cuestión de tiempo antes de que se produjera algo así.

Masood, un converso musulmán, era conocido por los servicios secretos, pero no era un sospechoso de alto perfil. El Estado Islámico (EI) se proclamó responsable del ataque, pero las fuentes de seguridad británicas dudan de sus afirmaciones, pues el EI no pudo nombrar a Masood antes de que la policía revelara su identidad. Sin embargo, el ataque es similar a los llevados a cabo en Niza y Berlín el año pasado –ambos atribuidos al EI–, en donde también atacantes condujeron vehículos hacia multitudes de personas. Aun así, hasta ahora, no hay evidencia que vincule a Masood con el EI o con otro grupo islámico radical.

Emily Winterbotham, una académica experta en contraterrorismo, escribió hace unos días en “The Guardian” que esta nueva ola de ataques de “baja tecnología” no es exclusiva del EI o de otros grupos radicales, sino que representa un enfoque adoptado por todos aquellos que están dispuestos a infligir terror, incluyendo a grupos de extrema derecha o neonazis. Se trata de un problema que plantea serias cuestiones de seguridad a las autoridades europeas, cuyas estrategias de lucha contra el terrorismo en el pasado se concentraban en prevenir ataques de mayor escala, como los vistos en París hace dos años.

El verdadero temor para las fuerzas de seguridad en Europa es que a medida que el EI es más rechazado en Siria e Iraq, la organización ha aumentado sus llamamientos para que sus partidarios occidentales lleven a cabo ataques en casa, en lugar de unirse a la lucha en el Medio Oriente. También hay preocupaciones de que ataques como el de Londres se vuelvan más frecuentes a medida que combatientes extranjeros derrotados del EI regresen a casa.

Ante estos ataques, es vital que las autoridades no reaccionen exageradamente, pues una reacción agresiva es vista como uno de los factores que conducen a más gente a realizar actos terroristas. Hasta ahora, la respuesta del Reino Unido ha sido mesurada, pero algunos críticos han atacado lo que consideraron una exagerada cobertura mediática del evento, llamándola una "respuesta explotadora" que jugó a favor de grupos de extrema derecha. El temor es que estos grupos ahora utilicen el ataque como una forma de despertar el odio hacia los musulmanes y para impulsar el apoyo a sus políticas anti-inmigración. La esperanza debe ser que Londres –como París, Bruselas y Berlín– se mantenga firme y se niegue a ceder ante el miedo o la intolerancia.