
La primera decisión de Donald Trump frente a China ha resultado poco sorprendente. Dando muestra de sus tendencias proteccionistas, el nuevo líder ha estrenado su presidencia con el anuncio de una subida de aranceles del 10% a los productos del país.
La respuesta china no se ha dejado esperar, anunciando a su vez una subida de aranceles del 10% al petróleo, vehículos de lujo, camionetas y maquinaria agrícola y del 15% al carbón y gas natural licuado procedentes de Estados Unidos. Además, ha anunciado el inicio de una investigación antimonopolio contra Google y restricciones a la exportación de ciertos metales.
Lo más interesante de esta respuesta radica en la letra pequeña: parece tener una envergadura similar a la implementada por su contraparte estadounidense, pero no es así. Los aranceles anunciados por Donald Trump se aplican a todos los productos chinos que entran en Estados Unidos, mientras que los implementados por China sólo afectan a algunos productos concretos que, según investigadores de Capital Economics, únicamente representan un 12% del total de productos que importa del país norteamericano.
Lo cual nos deja dos mensajes que el gobierno chino está trasladando a su contraparte estadounidense. El primero es que ha decidido actuar de manera comedida. Al hacerlo así, transmite la idea de que está dispuesto a negociar y no desea una nueva guerra comercial que pueda irse de las manos.
El segundo es más bien un aviso: China tiene capacidad para seguir escalando en su respuesta caso de que sea necesario. No sólo a través de la imposición de aranceles a productos que todavía no han sido gravados en esta última andanada, sino también a través de nuevas restricciones a la exportación de metales a Estados Unidos.
China posee entre el 42% y el 80% de la producción mundial de tungsteno, telurio, bismuto, molibdeno e indio, que son los metales cuya exportación a Estados Unidos ha decidido restringir esta semana. Éstos son importantes para industrias como la de defensa y las energías limpias.
En tanto no se trata de una prohibición completa a su exportación, sino más bien de restricciones consistentes en el requerimiento de permisos para poder llevarla a cabo, China dispone todavía de margen para endurecer su respuesta. Un as en la manga importante si tenemos en cuenta que el país produce más del 60% y procesa más del 90% de las tierras raras a nivel mundial.
El devenir del comercio global a corto y medio plazo dependerá en buena medida de hasta qué punto las dos grandes potencias consiguen resolver sus problemas de una forma que no genere mayores disrupciones a nivel internacional. El mundo seguirá con atención la evolución de los acontecimientos.