Antonio José Pagán

La primera decisión de frente a ha resultado poco sorprendente. Dando muestra de sus tendencias proteccionistas, el nuevo líder ha estrenado su presidencia con el anuncio de una subida de aranceles del 10% a los productos del país.

La respuesta china no se ha dejado esperar, anunciando a su vez una subida de aranceles del 10% al petróleo, vehículos de lujo, camionetas y maquinaria agrícola y del 15% al carbón y gas natural licuado procedentes de Estados Unidos. Además, ha anunciado el inicio de una investigación antimonopolio contra Google y restricciones a la exportación de ciertos metales.

Lo más interesante de esta respuesta radica en la letra pequeña: parece tener una envergadura similar a la implementada por su contraparte estadounidense, pero no es así. Los aranceles anunciados por Donald Trump se aplican a todos los productos chinos que entran en Estados Unidos, mientras que los implementados por China sólo afectan a algunos productos concretos que, según investigadores de Capital Economics, únicamente representan un 12% del total de productos que importa del país norteamericano.

Lo cual nos deja dos mensajes que el gobierno chino está trasladando a su contraparte estadounidense. El primero es que ha decidido actuar de manera comedida. Al hacerlo así, transmite la idea de que está dispuesto a negociar y no desea una nueva guerra comercial que pueda irse de las manos.

El segundo es más bien un aviso: China tiene capacidad para seguir escalando en su respuesta caso de que sea necesario. No sólo a través de la imposición de aranceles a productos que todavía no han sido gravados en esta última andanada, sino también a través de nuevas restricciones a la exportación de metales a Estados Unidos.

China posee entre el 42% y el 80% de la producción mundial de tungsteno, telurio, bismuto, molibdeno e indio, que son los metales cuya exportación a Estados Unidos ha decidido restringir esta semana. Éstos son importantes para industrias como la de defensa y las energías limpias.

En tanto no se trata de una prohibición completa a su exportación, sino más bien de restricciones consistentes en el requerimiento de permisos para poder llevarla a cabo, China dispone todavía de margen para endurecer su respuesta. Un as en la manga importante si tenemos en cuenta que el país produce más del 60% y procesa más del 90% de las tierras raras a nivel mundial.

El devenir del comercio global a corto y medio plazo dependerá en buena medida de hasta qué punto las dos grandes potencias consiguen resolver sus problemas de una forma que no genere mayores disrupciones a nivel internacional. El mundo seguirá con atención la evolución de los acontecimientos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Antonio José Pagán es investigador del Centro de Estudios sobre China y Asia-Pacífico de la Universidad del Pacífico

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