Augusto Townsend Klinge

Digamos que, en un asalto de cordura y sentido de responsabilidad histórica, los hoy representados en el , tanto los del oficialismo como los de oposición, acuerdan realizar la gran integral que el país necesita.

Esto es, por supuesto, muy difícil de imaginar si esa reforma incluye, por ejemplo, un adelanto de elecciones generales que, desde la óptica particular de cada partido, podría suponer perder poder en términos relativos, al tener que enfrentar nueva competencia o el merecido castigo de los electores por lo que vienen haciendo ahora mismo.

Pero digamos que, siendo esto lejano mas no imposible, los actuales partidos políticos se ven presionados por la ciudadanía a cambiar para mejor las reglas de juego, sabiendo que se van a ver perjudicados, pero entendiendo que hemos llegado a tal nivel de crisis política que, si no lo hacen, se descalabra todo el sistema con ellos dentro.

¿Sería eso suficiente para que nosotros, los electores, tengamos una mejor oferta política en la siguiente elección?

Pues no. Ni siquiera en un escenario post reforma política integral, habiéndose corregido varios de los problemas que aquejan a nuestro sistema (el principal de ellos, a mi juicio, la tendencia al escalamiento del conflicto menudo antes que a la búsqueda de consensos sobre temas relevantes), podría uno garantizar la aparición de mejores partidos políticos o la reconversión de los existentes, para dejar atrás taras como el mercantilismo (de derecha, de izquierda o de lo que sea), el entendimiento de la política como un negocio (muchas veces financiado ilegalmente) y la desatención pasmosa de los intereses de los electores en el instante mismo en el que llegan al poder, cuando se desvanece el sentido de urgencia de conseguir sus votos.

Cambiar las reglas de juego del sistema político es fundamental, pero no suficiente. Es un paso necesario para conseguir el propósito mayor, que es redefinir y revalorizar la política en nuestro país para que vuelva a ser un oficio noble, el camino para cimentar el progreso de nuestra sociedad y la primera línea de defensa de nuestra democracia. Hoy es todo lo contrario: un imán para delincuentes que buscan impunidad, un fraude sistemático de las legítimas expectativas de progreso de la ciudadanía y aquello que nos está llevando irremediablemente al colapso de la democracia.

Tenemos que hacernos cargo de la política. Hay que reconocer que hicimos mal dejándole este espacio tan crítico a políticos que sabíamos que no estaban allí por las razones correctas, apenas consolándonos con ver perder a los políticos que menos nos gustan, como si eso convirtiera en buenos (o siquiera aceptables) a aquellos por los que sí votamos.

En estos días hay varias iniciativas ciudadanas que buscan recabar firmas para impulsar cambios en la Constitución, por ejemplo, lo que es muy válido sea que uno esté de acuerdo o no. Pero hay otro tipo de firmas que necesitamos con urgencia: las de quienes se animen a desafiar ese estatus quo con la creación de nuevos y mejores partidos, o sumándose con otros a alguno existente con la determinación de transformarlo.

A veces se piensa que lo que necesitamos en el Perú es un solo buen partido político… el que defienda ideas como las mías y que ojalá pueda ser gobierno indefinidamente. Esta no es una pretensión razonable en democracia, porque la lógica esencial de esta última es la alternancia en el poder. Por ello, lo que necesitamos son varios nuevos partidos políticos, representativos de la diversidad ideológica que tenemos en el país y que vemos per se como un problema cuando no necesariamente lo es.

Lo que sí es un problema, es que en la diversidad de partidos políticos que hoy tenemos, no existe un compromiso genuino y transversal con la democracia, como tampoco lo hay –cuesta reconocerlo, pero es parte del problema– en nuestra sociedad de manera extendida.

Es difícil imaginar cómo podría solucionarse esto en la práctica, pero soñar no cuesta nada y ya me disculpé en un artículo anterior por si incurro en exceso de ingenuidad. Quisiera ser testigo de varias iniciativas de construcción o transformación de partidos ocurriendo en paralelo, conversando unas con otras, reconociéndose distintas en sus posiciones políticas (algunas más progresistas, algunas más conservadoras, algunas más liberales), pero todas poniendo sobre la mesa, viéndose las caras, su compromiso inquebrantable con la democracia, y edificando sobre esa base un sistema de partidos que no es una guerra tribal sino una competencia entre rivales que respetan, aprenden y construyen sobre lo que hace el otro.

El escenario ideal para la política en el Perú, desde mi óptica, es uno en el cual pueda salir elegido el partido con el que más discrepe uno, y sin embargo eso no ponga en riesgo el sistema de protección de los derechos humanos, la separación de poderes, el Estado de derecho y la realización de elecciones limpias. Es decir, uno en el que pueda salir elegido un gobierno que desarrolle políticas públicas que nos parezcan equivocadas, pero en democracia y siempre con la posibilidad de sustituirlo en la siguiente elección.

Esos partidos no se van a crear solos. Debiéramos, por tanto, preguntarnos: ¿qué tendría que garantizarme un partido político para yo estamparle mi firma como militante o adherente? O mejor aún: ¿cómo puedo yo mismo impulsar con otros la creación de un nuevo partido?

Ya va quedándonos claro –¡finalmente!– que necesitamos de una buena política para que al país le vaya bien. Pero no es menos cierto –ni menos urgente– que la política necesita que nosotros –seamos liberales, conservadores o progresistas, pero, ojalá, todos demócratas– nos compremos el pleito y dejemos de verla como algo ajeno.

Augusto Townsend Klinge es fundador de Comité de Lectura y cofundador de Recambio