Lo más probable es que mañana lunes 7 la polarización continúe instalada por un tiempo en el país, sobre todo si el desenlace es ajustado. Las heridas abiertas no cerrarán de un momento a otro, pues en estas elecciones se han atravesado límites impensables. Pero, tratando de superar este momento, es posible plantear lo que idealmente debería ocurrir en cuanto se anuncie un resultado definitivo: quien arribe a la Presidencia de la República debe reconocer, en primerísimo término, que el Perú ha quedado dividido. Dicho de otra de manera: debe asumir en serio que su antagonista ha terminado por conseguir una alta representación, que se mantendrá activa en los siguientes meses.
Quien gane la presidencia debe recordar, igualmente, que su victoria se debe a que millones de personas que prefirieron otra candidatura en la primera vuelta migraron a la suya aceptando el trago amargo del mal menor. Sería un grave error de cualquiera sobredimensionar su resultado de segunda vuelta, pues esta fidelidad de “emergencia” puede tener una pita corta.
El riesgo más grave, en esta circunstancia de equilibrio tan precario, es que el grupo que llegue al gobierno mantenga una falsa polarización manipulando hechos, declaraciones o iniciativas ciudadanas. Esto, con el objetivo de ampliar su base real –la que alcanzó el 11 de abril– y tratar de sostener la brida de sus adeptos de segunda vuelta, sin detenerse a medir las consecuencias para la colectividad. Toda movilización social o protesta podría, por ejemplo, presentarse falsamente dirigida por grupos recalcitrantes.
¿Qué vamos a hacer, entonces, con todas las heridas? ¿Cuánta capacidad tendrán los protagonistas para restañarlas? ¿Serán capaces de descifrar el mensaje de “los otros”? ¿O seguirán –seguiremos– tomando decisiones solo a partir de convencimientos propios, de lo conocido, de lo más cercano, sin tomar en cuenta las esperanzas y los miedos “ajenos” que se han agitado en estos meses?
En el mediano plazo se consolidará –como oficialista u oposición principal– el grupo que tenga la capacidad de representar a sus votantes, ciertamente; pero más aún lo lograrán quienes tengan la sensibilidad necesaria para escuchar a los adversarios –convertidos, desventuradamente, en enemigos–, e incluso de crear empatía con ellos, si bien es difícil que sea con los sectores más “ultras” de los confrontados.
Así como, pasado el momento electoral y para que el país no reviente, las agrupaciones políticas de la segunda vuelta y sus líderes tienen que ajustar sus discursos y su actuar, es de esperar que los medios de comunicación recuperen la ponderación y la pluralidad noticiosa. Es fundamental y urgente que se reduzca la profundidad de la polarización, y se resane la mellada credibilidad de los propios medios.
Porque, a decir verdad y ya pasado el tiempo crítico: ¿es cierto, acaso, que, en términos de mayoría, se han enfrentado los votantes afectos a la corrupción versus los votantes afectos al comunismo, al terrorismo?
El peor error que podrían cometer las agrupaciones contendientes de hoy es que, mañana, la fuerza perdedora o sus seguidores propugnen una política de obstaculización radical, traducida en sacar a la gente a la calle denunciando fraude, azuzando con el temor o añorando un posible golpe de Estado.