Hace poco, el ministro de Economía Pedro Francke propuso elevar los impuestos para las personas de mayores ingresos. Entre varias cosas, señaló que tantos automóviles lujosos en la calle muestran que aún se puede gravar más a quienes más tienen. La cuestión que introdujo el ministro es válida (se discute en todo el mundo, de hecho) y podría frasearse así: ¿conviene que las personas ricas tengan más dinero para adquirir carros de lujo o que, en cambio, aquel se destine a pagar más impuestos?
¿Qué ocurre cuando una persona rica compra uno de estos autos? Para empezar, contribuye al empleo de personas que fabrican el mismo en algún lugar del mundo. Luego, genera trabajo para muchos peruanos, como quienes laboran en la importadora y distribuidora, las personas que le brindarán mantenimiento y servicios mecánicos, quienes le venderán accesorios e incluso los empleados de las gasolineras que lo abastecerán de combustible. Una gran cadena de gente se gana la vida gracias a que existen quienes gastan en ostentosos Lexus.
Lo mismo ocurre con cualquier bien exclusivo. Detrás de lujosas joyas y ropas de diseñador hay vendedores, sastres, orfebres y personal de seguridad de sus tiendas, entre otros. Y, en última instancia, los trabajadores de las industrias de telas o los mineros que extraen las materias primas con las que se fabrican las joyas.
¿Qué sucede si, en cambio, hacemos que los ricos paguen más impuestos y tengan menos dinero para lujos? Bueno, en el Perú, lo más probable es que ese dinero se quede en la caja estatal y no llegue a ser gastado por la baja capacidad de gasto público. Por ejemplo, al 7 de noviembre del 2021, el Estado solo había ejecutado el 53% de su presupuesto para proyectos de inversión, dejando sin ejecutar S/25.604 millones. Este problema, como es sabido, data de muchos años. La cuestión evidente es, si el Estado no logra gastar buena parte de lo que recauda, ¿tiene sentido entonces que suba los impuestos? Incluso si lo lograse, hay buenos argumentos para discutir un aumento de los mismos, pero resolver este tema debería ser el primer requisito para siquiera considerarlo.
Por supuesto, el problema no solo es que el dinero se quedará en la caja, sino que, al no gastarse en el Lexus, se verán afectados los trabajos que dependen de la venta de ese bien. En otras palabras, cambiaremos algunos de esos empleos por dinero sin ejecutar. Muchos pierden y nadie gana.
Es natural que se cuestione que algunas personas gocen de tremendos lujos en una sociedad con tantas carencias y pobreza como la nuestra. Pero si miramos más allá, notaremos que las industrias de los lujos llevan bienestar a las familias de todos los niveles sociales. Y haríamos mal en afectarlas gravando las actividades que les dan sustento para recaudar más impuestos que se quedarán, inmóviles e inútiles, en las arcas públicas.
* El autor es gerente de Asuntos Corporativos del Grupo Credicorp.