Notas sobre la crisis de las instituciones, por E. Bernales
Notas sobre la crisis de las instituciones, por E. Bernales
Enrique Bernales

Es a finales del siglo XIX que la teoría del constitucionalismo clásico, que concentra su análisis en la organización democrática y jurídica del Estado, se enriquece con los planteamientos institucionalistas del jurista francés Maurice Hauriou, quien reflexiona sobre el peso de las instituciones al reparar que estas no solo existen en el Estado, sino principalmente en la sociedad. Hoy en día no es más aceptable pensar la sociedad como una suma de individuos aferrados a una libertad precaria y de escaso albedrío, donde el Estado no concede mayor atención a la organización social.

Ahora que en nuestro país se habla de un proceso de desinstitucionalización que se observa principalmente en la administración de justicia y en la corrupción presente en no pocas entidades públicas, es inevitable señalar que la crisis institucional que afecta la gobernabilidad del país es directamente proporcional al escaso interés que los gobiernos han puesto en promover y privilegiar como interlocutor a las instituciones sociales.

En esta materia resultan absurdos los alegatos sobre la cantidad de leyes que en verdad poco sirvieron para dotar a las personas de vida sana, ejercicio de derechos, conductas responsables y ciudadanos moral y cívicamente bien educados. Tampoco sirve invocar políticas populistas que en su mayoría fueron un despilfarro demagógico que no modificaron la situación de pobreza de inmensas mayorías carentes de canales para ejercer sus derechos. Lo cierto es que la familia, la escuela, las organizaciones asociativas de la vida civil, los partidos políticos, las entidades representativas del trabajo carecen de respeto, de ayuda programática por parte del Estado y de capacidad de interlocución. ¡Cómo así vamos a ser un país respetuoso de derechos y deberes y donde el bienestar es alcanzable para todos!

¿Por dónde comenzar para que este estado de cosas cambie? Pienso de inmediato en la familia, que es la más importante de las instituciones sociales. El desarrollo socioeconómico y cultural de un país radica en la atención que tanto el Estado como la sociedad dedican a la familia. ¿Qué es lo que ella requiere para estar bien compuesta y socialmente protegida? ¿En qué radica el derecho de una familia a ser feliz? Ser feliz consiste en disfrutar de educación de calidad, vivir sin sobresaltos, con trabajo seguro, buen ingreso promedio, acceso a tener una vivienda decorosa, recreación, deportes, salud y perspectivas de futuro alentador para los hijos. Todo esto significa disfrutar de una relación donde todos los miembros de la familia se respetan y quieren, es decir, el amor los une y de allí se nutre el derecho humano a ser feliz. 

Pero la felicidad no viene por generación espontánea, sino por la existencia de condiciones que la hacen posible. Cuando ellas no se dan, cuando el Estado desatiende sus obligaciones de tutela y de educación familiar, sobrevienen los problemas. La incomprensión es siempre causa de rencillas y desalientos. Aquello que llamamos desunión es en verdad pérdida de la ilusión y desamor. Pongamos por caso la violencia familiar que principalmente victimiza a la mujer que –madre o no– recibe maltratos y es humillada –junto a los hijos– con el adulterio marital, que es la peor ofensa a la vida familiar. ¿Hasta cuándo consentiremos el machismo? 

¿Puede este mal endémico de la sociedad peruana combatirse hasta lograr un cambio en los patrones de la vida familiar? Por supuesto que sí. Para ello, el Estado tendría que ser consciente de que la educación familiar es indispensable y que comienza no en la escuela sino en el hogar, para inculcar valores que se cultiven de padres a hijos, acompañados del fomento a la unión y el respeto entre las parejas. 

Es este un tema sobre el cual hay que profundizar, porque una sociedad que no promueve el respeto a la mujer y una conducta responsable en el varón, incurre en una tolerancia perniciosa que será una de las causas esenciales de la debilidad y progresiva desinstitucionalización de la familia como núcleo básico de la vida social. En definitiva, si queremos instituciones sólidas, comencemos por fortalecer la vida familiar, que es la base del progreso humano.