(Foto: Reuters)
(Foto: Reuters)
Laura Chinchilla

Casi no pasa un día sin que se presente una nueva denuncia sobre cómo las socavan la . Si bien las “noticias falsas” y el discurso de odio no son algo nuevo, la ha proporcionado un entorno propicio para ambos. El potencial de las nuevas tecnologías para mejorar la condición humana es indudable; no obstante, los riesgos que generan hoy con respecto a la democracia se hacen cada vez más evidentes.

Las , los gobiernos y los ciudadanos están en la tenaz búsqueda de soluciones para un conjunto de amenazas interconectadas. ¿Cómo lidiamos con la rápida comunicación en línea que hace que la desinformación que llega en un momento preciso se difunda con facilidad y sea difícil de refutar? ¿Cómo encaja en el debate democrático el deseo de crear contenido que a menudo se basa en la emoción y la sensación, en lugar de la evidencia? ¿Cómo identificamos las fuentes reales de información cuando el anonimato de Internet oculta el origen de una publicación? Y, teniendo en cuenta que Google y Facebook tienen un gran alcance en el mercado, nos debemos preguntar: ¿somos todos cautivos de sus algoritmos y, por extensión, también nuestras opiniones?

En una de sus últimas iniciativas antes de su fallecimiento en agosto pasado, el ex secretario general de la ONU Kofi Annan convocó a una Comisión Global sobre Elecciones y Democracia en la Era Digital. Annan quería hacer sonar una alarma en nombre de los países que cuentan con pocos medios –o con ninguno– para defenderse de las amenazas contra la integridad de sus elecciones. Y, debido a que estos problemas podrían afectar casi a cualquier país, él creía fervientemente que una perspectiva global era crucial para enfrentarlos.

Mientras esta comisión (compuesta por expertos en tecnología y política) se prepara para comenzar su trabajo, se asoman cuatro enormes amenazas.

La primera es el surgimiento de una industria dedicada a la interferencia electoral. Grupos de consultoría ya atraen a clientes potenciales con ideas sobre cómo las redes sociales, las noticias falsas y la microfocalización pueden ser efectivas para influir en las elecciones.

Otra amenaza proviene de los “asistentes de voz para el hogar”, que se tornan cada vez más populares. Los monopolios que manejan la información en línea ya tienen el poder de determinar lo que la población de un país mira y cree. Y, a medida que el uso de los asistentes de voz (como Google Home, Alexa y Siri) se vuelve algo más común, pronto los usuarios obtendrán una sola respuesta a sus consultas, en lugar de múltiples sugerencias. Tal ultraselección disminuirá nuestra actividad de búsqueda, investigación y debate, lo que a su vez otorga a algunas empresas y algoritmos un poder aún mayor para moldear lo que sabemos y creemos.

El tercer desafío es la aparición de material falso en videos –que en inglés se conoce como ‘deepfakes’–. Estos videos hacen uso de la inteligencia artificial para crear imágenes falsas que no se pueden distinguir de las auténticas. Imaginemos, por ejemplo, la velocidad a la que se podrían extender por Internet unas imágenes fabricadas que muestren al presidente iraní diciéndoles a sus jefes militares que preparen una invasión a Israel. A medida que se generalizan los ‘deepfakes’, la confianza general en el video disminuirá. Y, a medida que el mundo real y el mundo virtual continúen amalgamándose, es posible que perdamos la confianza en nuestra capacidad para determinar qué es y qué no es real.

Por último, están las plataformas entre pares cifradas. WhatsApp, con más de 1,5 mil millones de usuarios activos al mes en 180 países, se ha utilizado para difundir rumores y avivar la violencia en Brasil, México e India, de la misma manera que Facebook se usó para estimular la violencia comunitaria en Sri Lanka, Myanmar y Bangladesh. Es cierto que el anonimato y el cifrado que ofrece WhatsApp son protecciones potentes para los ciudadanos que luchan por sus derechos democráticos cuando viven bajo dictaduras. Sin embargo, estas mismas características dificultan la identificación de las fuentes de rumores, odio e incitación a la violencia.

Este año se celebrarán más de 80 elecciones presidenciales, generales y parlamentarias. Si bien podemos vislumbrar los peligros que las tecnologías digitales representan para el sistema político, otros ven nuevas oportunidades para influir en los resultados. La gestión y contención de estas amenazas ahora debe ser una prioridad urgente para los partidarios de la democracia. Como Annan nos advirtió, “la tecnología no se detiene; tampoco puede detenerse la democracia”.

–Glosado y editado–
Traducción: Rocío L. Barrientos.

*La autora preside la Comisión Global Kofi Annan sobre Elecciones y Democracia en la Era Digital.