El verdadero origen de los colores de la bandera del Perú. (Foto: Archivo)
El verdadero origen de los colores de la bandera del Perú. (Foto: Archivo)
Maki Miró Quesada

“Abril es el mes más cruel” (T.S.Elliot). No encuentro mejor cita para describir el mes que venimos de pasar los peruanos, oscilando entre lo que nos sucedió, y no queremos repetir, y lo que deseamos para el futuro.

Vivimos la vergüenza de una democracia fallida, de una sociedad en pérdida de principios. Vimos a nuestros líderes embarrados en conductas reprochables y, por otro lado, fuimos testigos de un teatro de lo absurdo de trágicas consecuencias con hostigamiento, fuga y muerte. Es mérito de los peruanos que sobrevivimos a todo eso y seguimos avanzando a pesar del desánimo y el desconcierto. El desánimo es natural. El desconcierto también. Querer tirar la esponja es una tentación de todos los días. Pero este país sí tiene arreglo si empezamos por lo esencial: reconstruir lo que nos falta.

Es interesante observar que Odebrecht optó por pasarle de lado a Chile. No es porque la gente allá sea mejor ni peor, es porque tienen instituciones más sólidas, porque la puerta está más resguardada y los brasileros pensaron que sería mejor ir a robar a la casa de al lado que tiene una abertura con dos tablones sueltos y está sin candado. Sabían que a la casa desprotegida se entra fácil y buscaron a los países con instituciones más débiles, sin vallas que defiendan la república, sin la sana costumbre de rendir cuentas. Así nos encontraron y vinieron por nosotros.

Se puede aprender de la debacle si atacamos lo básico. Para que la república ausente se recomponga, es necesario una reconciliación nacional de todos los que creemos en la democracia, en la paz social, en avanzar y progresar respetando las leyes. Hay mucha gente que comparte estas ideas y que en apariencia tiene posturas irreconciliables, pero si uno araña la superficie verá que todos queremos el mismo país, y eso es un estupendo comienzo. Debemos acallar los tambores de guerra entre las facciones democráticas que persiguen su propia agenda y poner al primero. Debemos levantar las vallas derribadas que protegían la república, preocuparnos menos en quién nos gobierna y más en cómo lo hace.

Abandonar los epítetos que no nos definen pero que nos hieren. Nadie es solo un caviar o un fujirrata, individualmente somos mucho más. Perseverar en el insulto es ahondar más la grieta que nos separa.

Oigo decir “yo nunca puedo perdonar que un gobernante educara a sus hijos a cuesta de mi dinero mientras yo tuve que dejar la universidad porque no tenía cómo pagarla”. Es un hecho absolutamente condenable pero, si me permiten una digresión personal, a mi esposo belga se le murió su hermanita de 3 años y su hermanito de 6 meses cuando escapaban de los alemanes. Murieron de hambre y no fueron las únicas víctimas. Si Europa pudo enterrar las hachas de guerra y perdonar sus muertos para lograr la Unión Europea, los peruanos bien podemos darnos la mano y crear juntos una sociedad no solo justa, sino inexpugnable.