Raúl  Asensio

Cinco años después, cada vez parece más claro que el origen del fue una fuga accidental de laboratorio. Cada vez son más los científicos, expertos y agencias oficiales que apuestan por esta hipótesis. Los indicios son numerosos. se encuentra a muchos kilómetros de los reservorios de murciélagos portadores de virus naturales similares al del COVID-19. Pese a todos los esfuerzos, no se ha encontrado el vector de transmisión y también han fracasado los esfuerzos por demostrar que el mercado de mariscos fue el escenario de los primeros casos.

Por el contrario, en Wuhan funciona el principal laboratorio chino de alta seguridad. Este laboratorio cuenta con una línea de trabajo centrada en virus procedentes de murciélagos y en los años anteriores a la pandemia trabajaba en la creación de variantes artificiales de mayor virulencia. Esta es una metodología muy polémica entre los especialistas. En teoría, estos virus potenciados cumplen una función de protección: nos sirven para prepararnos ante la eventualidad de mutaciones naturales más dañinas. Sin embargo, sus críticos señalan que los riesgos son demasiado altos, por lo que la comunidad científica está dividida respecto de su conveniencia.

Durante la administración de Barack Obama, Estados Unidos restringió el potenciamiento de virus y buena parte de las iniciativas en marcha se trasladaron a otros países. El laboratorio de Wuhan acogió una parte de ellas, incluidas algunas promovidas por instituciones y expertos estadounidenses dirigidas a crear virus similares al que provocó la pandemia. Lo sabemos porque dejaron un prolijo rastro documental: solicitudes de subvenciones, ‘papers’, patentes, ponencias, etc.

Nada de todo esto prueba de manera definitiva que el COVID-19 procediera de una fuga de laboratorio. Sigue existiendo un margen de duda. Aunque exige un número sustancial de eventualidades y supuestos, el origen natural sigue siendo una hipótesis factible. Lo sorprendente es que toda esta evidencia era conocida y estaba disponible desde el primer momento. Aun así, durante los años críticos de la pandemia los partidarios de la fuga de laboratorio fueron acusados de conspiranoicos y la exposición de sus ideas estuvo vetada en muchos medios de comunicación.

¿Qué pasó? Sin duda, gran parte de la responsabilidad fue de . Hizo todo lo que un líder no debe hacer en una emergencia del calibre de la pandemia. Trató de instrumentalizar la crisis para validar sus presupuestos ideológicos, expuso sus ideas de una manera divisiva, puso en riesgo a la población y se centró en buscar culpables antes que soluciones. Incluso llegó a deslizar que la pandemia se debía a un ataque o a un virus creado con fines militares, algo de lo que no existe ninguna evidencia.

Pero todo esto no exime a la prensa, expertos e intelectuales de su responsabilidad. En su deseo de distanciarse y atacar a Trump se autocensuraron y censuraron a los demás. Literalmente, convirtieron el origen natural del COVID-19 en un artículo de fe. Denigraron a quienes proponían otras hipótesis y trataron de impedir que expusieran sus ideas.

La dejación de funciones fue especialmente grave en el caso de los grandes medios, aquellos que cuentan con recursos para desarrollar investigaciones de gran complejidad, prestigio y capacidad para incidir en la agenda global. Cegados por su rechazo a Trump, perdieron un tiempo precioso. Jugaron en pared con los esfuerzos del Gobierno Chino para dificultar las investigaciones independientes y permitieron que la ventana de oportunidad para encontrar las pruebas del origen de la pandemia se cerrara. Como resultado, probablemente ya nunca podremos estar seguros de lo que pasó.

Ahora que Trump se apresta a volver al poder, debemos recordar esta historia para evitar que vuelva a suceder. El rechazo hacía un líder político, por muy justificado que esté, nunca debería hacer que los medios de comunicación abdiquen de las que son sus principales funciones en una sociedad libre: buscar la verdad y analizar la realidad con ojos críticos. Nos jugamos mucho en este envite. Los medios y todos nosotros.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Raúl Asensio es historiador e investigador principal en el Instituto de Estudios Peruanos (IEP)

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