Así que quieres arreglar Siria…, por Alonso Gurmendi
Así que quieres arreglar Siria…, por Alonso Gurmendi

Donald Trump ha lanzado 59 misiles Tomahawk en contra de una base aérea siria. La movida parece indicar un cambio en la política de Trump hacia el Levante, señalando que el uso de la fuerza (o incluso una posible invasión militar) ya no está fuera de las posibilidades. El ataque ha enfurecido a Moscú, que suspendió el memorándum sobre cooperación en seguridad firmado con Washington para coordinar operaciones militares y evitar atacarse por error. Para Rusia, Bashar al Asad le garantiza mantener el control de la Base Naval de Tartús y la Base Aérea de Hmeimim, dos puntos claves para la proyección estratégica del poder ruso en el mundo. La señal de Putin es clara: “La guerra contra Al Asad bien puede llevar a la guerra con Rusia, así que no conviene escalar tensiones”. 

Ver una hipotética intervención estadounidense en Siria como una mera lucha de voluntades entre Trump y Putin, sin embargo, sería un error. El conflicto en Siria es uno de los más complejos que han existido y la decisión de intervenir simplemente no depende del capricho de una u otra potencia. Solamente la cantidad de actores en el terreno es ya una barrera descomunal para cualquier planeamiento estratégico. Entre las fuerzas rebeldes sirias existen más de 100 grupos armados diferentes, cada uno con distintos intereses. En términos simplistas, suele hablarse del Ejército Libre Sirio (ELS) o “los rebeldes” como un bloque cohesionado, pero la verdad es que no todos los grupos rebeldes son miembros del ELS y no todos los grupos del ELS quieren instaurar una democracia. Algunos, como el Frente Islámico, quieren establecer un Estado islámico en Siria (solo que uno diferente al de ISIS). Escoger quiénes son los amigos y enemigos en Siria sería complicadísimo para Estados Unidos; una desventaja que Putin no tiene, pues él solo debe disparar a todos los que no sean Bashar al Asad. 

Problemas similares plagan a las fuerzas de la milicia kurda en Siria YPG. Si bien el grupo es apoyado por Estados Unidos, sus vínculos con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) garantizan el distanciamiento entre Washington y Turquía, país que considera al PKK un grupo terrorista. El problema no queda allí: el YPG y el PKK ven en el conflicto sirio una oportunidad para crear un futuro Estado kurdo. Para lograrlo, han incurrido en la limpieza étnica contra las poblaciones árabes sunitas, precisamente la población más en riesgo de unirse al Estado Islámico, también sunita. 

Si a todas estas complicaciones les añadimos, además, a ISIS, el Frente al Nusra, Irán, Arabia Saudí y Hezbolá, podremos empezar a comprender el nivel de complejidad que implica decidir intervenir en la guerra civil siria. El problema es que la elección moral de intervenir es mucho más terrible de lo que pensamos. Limitarse a lanzar misiles es, por ponerlo elegantemente, estratégicamente inconsecuente. Las acciones del presidente Trump –además de ilegales– difícilmente tendrán un efecto real en las hostilidades si no son seguidas de una intensificación del accionar estadounidense. 

Para tener efectos reales en el conflicto, esta intensificación tendría que ser necesariamente una invasión: 300.000 soldados tomando el control de las zonas dominadas por Al Asad, ISIS y otros grupos, reemplazando sus centros de poder por los de un nuevo gobierno sirio democrático. Pero tal como demostró la experiencia en Iraq, las campañas prolongadas de contrainsurgencia requieren una fuerza capaz de ganarse los “corazones y mentes” de la población civil, algo que el ejército estadounidense nunca será capaz de lograr en el Medio Oriente. La democracia no puede imponerse a punta de tanques. Como en Iraq, una invasión probablemente incentivaría más insurrecciones, agravando y prolongando el conflicto o creando nuevos. No existe ningún ejército en el planeta capaz de realizar el tipo de operación que requeriría una verdadera “intervención humanitaria” en Siria. La alternativa que queda es, sin embargo, igual de inmoral: no invadir. El conflicto también empeoraría, pero por otras causas.

No existe una salida fácil a la guerra civil siria. Las dos opciones disponibles son moralmente cuestionables y las opciones intermedias son estratégicamente inútiles. En este contexto, lanzar 59 misiles sin ofrecer un plan de acción detallado para el futuro de Siria no arreglará nada.