La Quinta de los Libertadores, por Cecilia Bákula
La Quinta de los Libertadores, por Cecilia Bákula

Comentamos en esta oportunidad una publicación que ha pasado casi inadvertida y quisiera pensar que se trata de una omisión involuntaria, ya que la edición es de diciembre del 2015. Se ha presentado como un catálogo, mas sin hacer hincapié en el estudio académico que sustenta esta publicación, titulada “La Quinta de los Libertadores”, editada por el Ministerio de Cultura y el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, so pretexto de una exposición asociada al ordenamiento museográfico de la sección historia de dicho museo. 

La aparición de este libro motiva varias reflexiones. La primera es el valor de la conducción del equipo de investigadores que estuvo a cargo de la doctora Scarlett O’Phelan Godoy. Para mí es conocido su desempeño como historiadora y su amor hacia ese espacio tan singular como es la denominada Quinta de los Libertadores.

Los diferentes autores cuyos aportes han sido incluidos en la publicación ofrecen un detallado análisis histórico de la casona que permite esbozar cómo sería la vida en ese espacio, tan cargado de esencia e identidad para todos los peruanos.

Asimismo, la publicación trae argumentación muy valiosa sobre los elementos arquitectónicos que tipifican a nuestra Quinta de los Libertadores, cuya historia está bastante bien documentada y cuenta con interesante registro fotográfico que da testimonio de cómo ha cambiado, cuando menos, la fachada de dicho inmueble, en donde San Martín vivió durante el ejercicio de su Protectorado en el Perú, sin que quedara mayor registro de su vida cotidiana. Caso distinto fue la permanencia de Bolívar, quien residió plenamente en esa casona hasta 1826 y son largos los relatos de actividades sociales ahí celebradas, sin que ello alterara la estructura misma del inmueble que conservó, como hasta hoy, su carácter de rancho de campo y diseño de galerías que rodeaban patios y jardines.

La investigación permite conocer los gustos de sus transitorios huéspedes y, en especial, los del Libertador, ya que desde 1824 adquirió enseres de fina calidad incluyendo mobiliario, utensilios, adornos, vajilla y otros elementos para que la vida transcurriera dentro del plácido deleite que podían permitir esos años de guerra y de definición política.

Dentro de los ensayos que contiene la publicación, me pareció interesante el titulado “Una nación de Repúblicas: el proyecto de Bolívar, entre lo imaginado y lo posible”, escrito por Carlos Buller. Y me llamó la atención la necesaria y nueva reflexión que debe hacerse sobre la conducta de Simón Bolívar, sus dudas, cavilaciones y las inquietudes que, desde los albores de su vida política en nuestro continente, restaban paz y generaban hondas cavilaciones en su mente que, sin duda, podrían explicar algunas acciones erráticas o cambios sustantivos en el actuar de quienes eran sus aliados, sus seguidores y parte de su equipo inicial de trabajo en nuestras latitudes. 

Me pareció interesante, también, la propuesta de analizar la carta a los españoles americanos de Juan Pablo Viscardo y Guzmán, partiendo de la premisa de que nuestra sociedad se fue construyendo (y hoy lo vivimos u observamos con total nitidez) con unanimidad y armonía. Pareciera eso ser un “sino de los tiempos”... pero, más bien, es una característica que, de acuerdo con los planteamientos de Fernand Braudel, sería una constante y estaríamos en uno de los largos períodos de la historia, a manera de extensos y prolongados ciclos en los que ciertas características y rasgos son evidentes. A fin de cuentas, un tiempo de menos de 200 años, como el que vivimos nosotros es, sin duda, un ciclo corto frente a la inmensidad de la historia de la humanidad.

La publicación nos acerca a las formas de vida propias de los tiempos iniciales de nuestra vida como Estado soberano y se convierte en una herramienta importante para entender qué fue la independencia, qué motivaciones la impulsaron y qué papel jugaba el Perú en el tablero de la política continental. Pero, más que ser parte de los intereses de otros –lo que no niego–, me gusta pensar que el bicentenario es la oportunidad para replantear los sueños fundacionales de nuestra patria; rescatar el pensamiento auroral del propio Viscardo y Guzmán, las propuestas de Sánchez Carrión, reconocer las consecuencias políticas de publicaciones como el “Mercurio Peruano” y descubrir en ellas los aportes de Hipólito Unanue. No se trata de personajes de cera cuya vida quedó congelada en un busto de metal... Son prohombres que sentaron las bases de nuestra realidad política.

El bicentenario es un tiempo de gracia, es un don y una etapa privilegiada para preguntarnos por lo que somos, fuimos, queremos ser y debemos llegar a ser. Descubrir las causas y analizar las razones de nuestra existencia será siempre una riqueza para la madurez del conocimiento de nuestra historia y para el afianzamiento de nuestra identidad criolla, andina, mestiza.

En ese sentido, la publicación que comento es un punto de partida para muchas iniciativas que, asociadas al bicentenario, motivarán nuestra reflexión y pondrán sobre el tapete la necesidad de un mejor y más profundo conocimiento de nuestros orígenes como Estado. Solo así podremos intentar entender nuestras raíces cercanas, valorar las remotas y construir el futuro común.