(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Abelardo Sánchez León

La expresión “en la puerta del horno se nos quema el pan” debe ser reemplazada por una que vaya con el espíritu de nuestra juventud, una nueva generación que considera que el Perú es la tierra donde se puede vivir decentemente y creer en el futuro: “después de tanto remar, hay que llegar a la orilla”, esa sí que es una expresión vital, producto del esfuerzo, de la perseverancia y del trabajo en grupo. Ese espíritu existe. Si la política no es capaz de garantizarle un futuro mejor, el símbolo, ese símbolo, esa nación en llamas, en ese estadio, sí se lo puede brindar.

Estamos donde estamos, un miércoles 15 de noviembre del 2017, ad portas del Mundial de Rusia, por varios motivos. Uno, sin duda, por la suerte, y la suerte no es solamente el azar, sino el resultado de una serie de condiciones que la propician como posibilidad: los tres puntos que logramos a costa de Bolivia nos dieron un impulso vital que supimos aprovechar, gracias a una iniciativa chilena, que paradójicamente a ellos solo les dio un punto. Un segundo motivo fue la ansiada renovación generacional, pues los llamados ‘4 Fantásticos’ estaban pesados, sobrados, aburguesadísimos y no se la jugaban por la selección porque ya lo tenían todo en Europa. Un tercer motivo fue inculcarle un trabajo colectivo a la selección, gran mérito de , logrando que las individualidades, que no son muchas, cedan su lugar al trabajo grupal y, por primera vez, un peruano no fue el enemigo de otro peruano. Esa actitud no se ve en la política, en el tráfico limeño, en el trato entre colegas ni en la manera de entender nuestro país, considerado como un botín o una parranda.

Llegar al Mundial no es fácil. El Perú ha compartido durante las últimas tres décadas los últimos lugares de la tabla de posiciones, junto a Bolivia y Venezuela, y ha logrado, desde allí, dar un salto triple y colocarse otra vez en el medio, donde estuvo históricamente con Chile, Colombia y Paraguay. Con este equipo, donde ningún futbolista milita en una liga europea de primer nivel, sacamos del repechaje a Ecuador y a Chile, créanlo o no, yo no lo creía hasta que se dio. Increíble, con jugadores no tan dotados físicamente, con muchos de ellos jugando en el torneo local, tan abandonado por las autoridades. Solo dos de ellos cuentan con una gran experiencia internacional: Alberto Rodriguez y Paolo Guerrero. La selección nacional se ha acercado al peruano promedio y ha logrado convencerlo de que puede lograr algo interesante: ser respetado, no ser ninguneado, ser tomado en serio. Eso lo ha logrado esta selección. Ese es su valor y el ejemplo que debe dar esta noche. Nueva Zelanda no será un gran equipo, pero sí es un país del Primer Mundo: rico, bien estructurado, sereno, con una calidad de vida justa y bien distribuida. Pero el Perú, a través de una selección pujante, le va a decir a su pueblo que sí se puede, ya que la gran mayoría se identifica con los logros de Edison Flores y Cristian Cueva.

El Perú no es un país fácil, ni en su geografía, ni en su historia, ni en su composición social. Casi todo nos cuesta, requiere nuestro esfuerzo, sobre todo entre los sectores populares, que le responden al destino con una sonrisa. La última piedra en el camino ha sido la prohibición a Paolo Guerrero de jugar los dos partidos del repechaje. Si bien esta selección prioriza el trabajo colectivo, la figura de Guerrero es fundamental por tantas razones que no se pueden resumir. Guerrero es Guerrero y difícilmente tendremos otro jugador con su peso e importancia en los próximos años. Sin él, casi nos han quitado el gol. Sin él, no hay la jerarquía necesaria en el área contraria. Pero, bueno, hay que hacer un gol y evitar que nos hagan uno. Gareca insiste en la misma alineación (él es así, es el técnico, es quien manda, él cree en su decisión) y hay que respetarla. Escribo antes del encuentro, como debe ser. Cuando hay que controlar la incertidumbre y tener confianza en el trabajo realizado.