Salándonos la vida, por Alfredo Bullard
Salándonos la vida, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

Hace unos meses estaba sentado en un restaurante en la ciudad de Rosario, Argentina. Me pedí una carne. No había sal sobre la mesa. Extrañado, pedí al mozo que me la trajera. 

Unos segundos después el mozo colocó un salero sobre la mesa. Eché un poco de sal a mi carne. Advertí, sin embargo, que el mozo permanecía parado al lado de mi silla. Extrañado, le dije que, por el momento, no necesitaba nada más.

“No se preocupe, señor. Lo que ocurre es que estoy esperando que acabe de echarse sal para retirar el salero”, me contestó. Le dije que lo dejara nomás. Que quizás más adelante echaría un poco más. 

Para mi sorpresa insistió. “Lo que ocurre es que estoy obligado a retirar el salero cuando termine”. Pensé que el restaurante sufría de una aguda escasez de saleros, lo que obligaba al mozo a retirarlo para poder llevarlo a otros clientes. Me extrañó porque la categoría del restaurante no parecía indicar que no tenía presupuesto para comprar unos saleros adicionales. Ya algo molesto, le dije que lo sentía pero que necesitaba que dejara el salero.

El mozo insistió. Cuando le dije que el restaurante debería comprar más saleros si quería atender bien a los clientes, me dijo, en tono medio de disculpa y a la vez de justificación: “Lo siento, señor, pero eso dice la ley”. “¿La ley?”, le pregunté. Entonces me explicó el origen del problema.

Resulta que existía una norma estatal que prohibía que los clientes pudieran permanecer con la sal en la mesa. Si el cliente pedía sal, el mozo debía entregarla y permanecer en la mesa hasta que se echara lo necesario, para retirarla inmediatamente.

Un amigo argentino, al que le comenté el incidente, me confirmó que, efectivamente, existía una norma legal como la que me mencionó el mozo. Me explicó que las autoridades consideran que siendo la sal en exceso dañina, era necesario proteger a los consumidores que se echaban demasiada sal. Por ello estaba prohibido que se quedara en la mesa. 

Me quedé realmente perplejo. ¿Tienen las autoridades el derecho a impedir que eche demasiada sal? Ya solo faltaba que crearan una Asociación de Salados Anónimos a los que deben acudir obligatoriamente las personas “adictas” al cloruro de sodio.

Por supuesto que varias personas dirán que la regulación argentina está justificada. Esa es una aproximación que, les guste o no a ciertas personas, parte de una concepción socialista, según la cual el Estado puede decidir mejor que yo qué es bueno para mí.

Por supuesto que no hay que ser socialista para tener ideas socialistas. Lo curioso es que estas ideas se han filtrado en todos los aspectos de nuestra vida y las solemos tomar como de lo más naturales.

Otro ejemplo de lo mismo es el sistema previsional. Como en el caso de la sal prohibida en la mesa, el Estado ha decidido hace décadas que nos puede obligar a ahorrar porque si no lo hacemos nos podemos perjudicar. Sobre eso ha girado toda la discusión sobre la reciente ley que permite a quienes tienen depósitos en una AFP retirar el 95,5% cumplidos los 65 años. 

El ahorro forzoso es una idea de base socialista, nefasta cuando el dinero debe ser depositado en una entidad estatal (como el sistema de seguridad social) y algo menos dramática cuando el depósito es privado. Por eso lo correcto es eliminar el ahorro forzoso desde un inicio y devolver a las personas su libertad de elegir, y no solo desde que cumplen los 65 años.

Las personas son los mejores jueces de lo que es bueno para ellos. Puedo decidir ahorrar de una manera distinta o invertir mi dinero en la educación de mis hijos o en comprarme un departamento. Ello generará no solo más opciones sino más competencia con la creación de nuevas alternativas de ahorro o seguridad. Pero el Estado está siempre metiendo sus narices donde no le toca.