¿Por qué nos sentimos inseguros?, por Jaris Mujica
¿Por qué nos sentimos inseguros?, por Jaris Mujica

Según el INEI, el 89,2% de peruanos tuvo una percepción de inseguridad muy alta en el 2016, lo que repitió el 88,4% del 2015. Los datos muestran que no hubo una variación relevante –considerando el margen de error– y que la percepción de inseguridad sigue siendo alta. Esto sucede incluso cuando los registros de victimización en las ciudades del país (el reporte de las personas que han sido víctimas de un delito) han bajado sucesivamente de cerca de 40% (2011) a 36% (2012), 35% (2013), 30% (2014 y 2015) y 29% (2016), según el Enapres del INEI.

¿Por qué hay una percepción de inseguridad tan elevada? Primero, por la evidentemente alta victimización delictiva. A pesar del descenso en la victimización registrada en los últimos años, cerca de un tercio de las muestras de todos los años han sido víctimas de un delito (y esto no es poco). Segundo, la cantidad de personas que reportan haber sido víctimas de un delito en un año es menor a la cantidad de personas que tienen una percepción alta o muy alta de inseguridad. ¿Hay correlación entre la percepción de inseguridad y la victimización delictiva? La respuesta es no (y esto no es nada nuevo). Tercero, también es obvio –para la literatura especializada– que la percepción de inseguridad no se explica solamente por la victimización personal, sino también por la indirecta (por ejemplo de un familiar), por la difusión de noticias sensacionalistas, por la deficiencia y desconfianza en las instituciones encargadas de la seguridad, por la baja cohesión social, etc. Finalmente, la percepción de inseguridad también se asocia a la experiencia de múltiples formas de victimización que no necesariamente están en el catálogo de delitos registrados y que constituyen diversas experiencias concretas de la violencia e inseguridad en la vida cotidiana, como el acoso sexual en la vía pública, la alta tasa de accidentabilidad y mortalidad por negligencias y accidentes de tránsito, la experiencia de violencia interpersonal, entre otras.

Así, es necesario entender dos asuntos. Por un lado, que la percepción de inseguridad no se explica ni está asociada solamente a la victimización delictiva. Por otro, que la percepción de inseguridad no es una invención arbitraria de ciudadanos sensibles y se asocia en parte a la percepción sobre el delito y la experiencia de victimización delictiva, pero también a la constante y sistemática experiencia de desorganización social, violencia cotidiana y precariedad de las instituciones responsables de la seguridad.

Aquello permite considerar tres preguntas: Primero, ¿cuánto de la experiencia de la violencia en nuestro país se asocia a la presencia y desarrollo del crimen y cuánto a la experiencia cotidiana de la violencia no criminal y a la desorganización social? Ambos temas son importantes, pero requieren respuestas diferentes. Dos, ¿cuál ha sido el impacto efectivo de las medidas tomadas en los últimos años para disminuir el crimen, la violencia y la inseguridad? ¿Es posible pensar que el descenso de algunos puntos porcentuales en la victimización se deba al impacto de las medidas del Estado o a que los ciudadanos se cuidan más, toman medidas preventivas y gastan más en seguridad privada? Y tres, ¿qué tipo de medidas ha tomado el Estado en estos años? Está claro que hay muchas iniciativas normativas (planes, leyes, etc.). ¿Cuánto impactan las normas en la disminución del crimen, la violencia y la inseguridad? Es evidente que son necesarias, pero también que no son suficientes. Lo cierto es que hay que preguntar qué hace sentir inseguros a los ciudadanos, y es posible que la respuesta arroje una lista amplia de temas en donde los delitos sean solo algunas de las variables de un fenómeno bastante más complejo.