Fawzia Koofi

Cursaba mi primer año de medicina en la Universidad de Kabul cuando, en 1996, los irrumpieron en la capital y la tomaron. Era jueves. Lo recuerdo claramente porque estaba terminando unas tareas. De pronto, ya no eran necesarias. Los talibanes anunciaron que las y niñas tenían prohibido “hasta nuevo aviso” ir al colegio, al trabajo o incluso aparecer en público sin un hombre.

Durante los cinco años siguientes, hasta que las fuerzas internacionales pusieron fin al reinado de terror de los talibanes en el 2001, la visión del mundo de una mujer afgana era a través de una ventana. Quedé destrozada. Había soñado con ser ginecóloga, con ayudar a resolver la alta tasa de mortalidad materna de . Nunca llegué a ser médico. Esa desesperación la vuelve a sentir ahora una nueva generación de millones de afganas.

Antes de reconquistar Afganistán en el 2021, los talibanes prometieron salvaguardar los derechos de las mujeres, junto con otras promesas que allanaran el camino para la retirada de las últimas fuerzas extranjeras. Pero desde entonces han promulgado docenas de edictos para privar a las mujeres de sus derechos básicos, incluido el de asistir a la universidad.

Debería estar claro que la comunidad internacional ha sido estafada. Los talibanes han restablecido su brutal régimen fundamentalista islámico, invirtiendo los avances sociales de las dos últimas décadas. Sin embargo, los líderes mundiales siguen aferrándose ingenuamente a otra mentira talibán –que acabarán con la filial del Estado Islámico en Afganistán– y han mantenido contactos políticos con los talibanes. Se trata de una burda interpretación de la realidad.

Los talibanes están formando ahora una nueva generación de extremistas violentos. Han tomado las riendas del sistema escolar, instalando planes de estudios que adoctrinan a los niños en su ideología extremista, que respalda la violencia para promover los objetivos talibanes. Además, el Estado Islámico ha ampliado sus operaciones en suelo afgano desde que tomaron el poder.

La influencia internacional es limitada, pero permitir que la situación siga el curso actual es inconcebible. El mundo debe cesar cualquier contacto con los talibanes e intensificar el compromiso con la oposición afgana, especialmente con los grupos de defensa de la mujer. Deben cortarse todas las fuentes de ingresos en el extranjero que les queden a los talibanes, incluidos los del narcotráfico, que tanto tiempo han contribuido a sostenerlos.

Hay que hacerles sentir el mismo dolor que siente el pueblo de Afganistán hasta que cumplan cada una de sus promesas. La alternativa es condenar al pueblo afgano a la misma pesadilla que vivió mi generación.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times

Fawzia Koofi es exdiputada de la Cámara del Pueblo de Afganistán