La Real Academia Sueca de las Ciencias dijo que su trabajo en el área de la economía conductual ha tenido un "profundo impacto". (Foto: Getty Images)
La Real Academia Sueca de las Ciencias dijo que su trabajo en el área de la economía conductual ha tenido un "profundo impacto". (Foto: Getty Images)
Guillermo Moloche

Nuevamente se ha premiado a un investigador de la Universidad de Chicago con el Premio Nobel de Economía. Esta vez, ha sido galardonado Richard Thaler por su trabajo sobre la economía del comportamiento.

El premio es merecido, sin duda, por la gran influencia que ha tenido Thaler en el trabajo de sus colegas economistas, así como en los hacedores de política y en la sociedad contemporánea.

Thaler desarrolló teorías que aparentemente desafiaban el trabajo de otros gigantes de la Economía, como Eugene Fama y Gary Becker, siendo todos profesores e investigadores en la Universidad de Chicago. Su trabajo siempre fue tomado en serio porque, como Gary Becker indicó en un artículo de 1962 titulado “Conducta irracional y teoría económica”, la economía moderna debería contener principios generales que apliquen tanto a la conducta humana racional como a la irracional.

La contribución de Thaler fue incorporar los hallazgos de la psicología a la teoría de la elección del consumidor, mostrando además los efectos que tendrían aquellos en el comportamiento de los mercados y, particularmente, en los precios. Este es un tema de mucho interés para los especialistas en finanzas, por lo que a Thaler se le considera el fundador de las finanzas del comportamiento.

El profesor Thaler no solo ha creado nuevas áreas en la economía, sino que ha instigado en otros la búsqueda de nuevas teorías para subsanar sus críticas al paradigma racional. Así, ha expandido la comprensión del mundo en que vivimos.

La influencia de Thaler también debe ser sentida por los no académicos debido a sus políticas de “empujoncitos”. Estas sugieren que el hacedor de política no ha de prohibir, regular u obligar a los ciudadanos a fin de obtener los resultados deseados, sino que debe diseñar las instituciones de tal forma que las conductas deseadas vengan en el diseño. Y que si las personas se desvían de las conductas deseadas, tengan que enfrentar un costo (ya sea psicológico o monetario).

En diversos países se ha logrado aumentar el ahorro pensionario no obligatorio con mecanismos basados en “empujoncitos” (como las inscripciones automáticas en los programas de ahorro voluntario y los copagos que funcionan como premios al buen ahorrador).

Esto es de utilidad también cuando la compulsión no es posible. Las empresas obviamente no pueden obligar a una persona a que compre sus productos, ¿pero alguna vez se ha suscrito a un servicio que es gratuito por tiempo limitado? ¿Se ha inscrito en una tarjeta de crédito con tasas de bienvenida? Se trata de “empujoncitos” que le dieron las empresas para lograr tenerlo como cliente.

Incluso el Estado pierde a veces su poder de compulsión, como sucede en el sector informal. Ya se están diseñando políticas que emplean “empujoncitos” para dar leyes que tengan algún efecto en este sector.

Sin embargo, las teorías de Thaler no nos dicen nada sobre qué conductas o instituciones deben ser alentadas por el gobierno para verdaderamente beneficiar a los ciudadanos. Por lo tanto, la economía del comportamiento no nos exime de utilizar la teoría económica tradicional y sus conceptos de eficiencia, beneficio versus costo y bienestar social.

Thaler nos dice que sus teorías tratan de corregir los errores de las personas. En la práctica, sin embargo, los “empujoncitos” pueden ser usados incluso cuando las personas no se estén equivocando. No hay garantía de que un gobierno que sea capaz de influir en sus ciudadanos de una manera tan imperceptible y eficaz, use este poder para mejorar el bienestar de la sociedad, en lugar de perseguir otros objetivos como la captura de rentas o la imposición de su visión del mundo.

Thaler ha dado a la humanidad herramientas potentísimas que pueden ser usadas tanto para el bien como para el mal, al igual que Alfred Nobel, fundador de los premios que llevan su nombre e inventor de la dinamita.