Militares resguardan las calles en el cuarto día de estado de emergencia para evitar el contagio de coronavirus. (Gonzalo Córdova/ GEC)
Militares resguardan las calles en el cuarto día de estado de emergencia para evitar el contagio de coronavirus. (Gonzalo Córdova/ GEC)
Natalia Sobrevilla Perea

Las epidemias han sido parte de la experiencia humana desde sus inicios. A través del tiempo aprendimos a vivir con ellas y durante siglos de prueba, error y desarrollo científico hemos logrado controlar muchas. En el Medioevo se vivió la peste negra. Los españoles trajeron a América la viruela y la gripe que diezmaron la población incluso antes de que ellos llegaran, facilitando la conquista. Con el tiempo, las sociedades desarrollaron métodos para combatirlas: cuarentenas, vacunas, medicinas, sanidad pública. Hasta bastante entrado el siglo XX, muchas enfermedades que ahora nos parecen lejanas eran recurrentes. Gracias al desarrollo y el bienestar, muchos pudieron olvidar que las epidemias nunca se habían ido. El ébola, el dengue, la malaria y la tuberculosis siguen existiendo, pero están determinados por la pobreza, invisibles para quienes no los padecen porque tienen los recursos para protegerse.

El nos ha venido a demostrar que pueden aparecer epidemias ante las cuales no tenemos ni defensas ni medicinas ni vacunas, ante las cuales todos estamos igualmente expuestos. Este escenario no es nuevo: la gripe aviar, la porcina, entre otras, ya han pasado de los animales a las personas. Pero estos virus estuvieron confinados geográficamente y no llegaron a extenderse de la misma manera. En Singapur, Taiwán, Hong Kong y Macao aprendieron de sus errores y esto les ha servido para controlar esta epidemia. Japón y Corea del Sur, donde en algún momento se pensó serían los nuevos epicentros, han logrado un nivel de contención. En Japón, imponiendo medidas de sanidad y control social a las que sus ciudadanos respondieron con su usual respeto. En Corea la reacción fue rápida, y como la propagación inicial tuvo un epicentro específico, se facilitó el control, que fue acompañado por una política generalizada de evaluación para identificar quién portaba el virus y dar su geolocalización.

El problema principal de este virus es . Las personas que todavía no tienen síntomas suelen ser las más contagiosas. De hecho, el virus puede vivir por varias horas en superficies metálicas, de cristal o plásticas; sobrevive en la ropa e incluso en el aire. Una vez que está en nuestra piel, se acomoda, y si lo tocamos y después nos llevamos los dedos a la boca o la nariz, es muy fácil infectarnos. Por eso es muy difícil detener el contagio sin distanciamiento social, y es también por eso que viaja con tanta facilidad en este mundo interconectado. Pero el jabón y el desinfectante acaban con él y por eso donde se lo ha combatido con más éxito ha sido incrementando los regímenes de limpieza, combinados con el seguimiento detenido de los casos y posibles contagios, así como la contención de las poblaciones. En cuanto a la enfermedad, muchos la contraeremos y la mayoría no sentirá demasiadas molestias. El problema está en que quienes tengan sistemas inmunológicos comprometidos u otras patologías, así como los adultos mayores tendrán un riesgo más elevado de estar entre el 20% que necesite hospitalización. Algunos necesitarán ventilación asistida, otros cuidados intensivos; es aquí donde se presenta el problema, porque como el crecimiento de la epidemia es exponencial, los médicos, los hospitales y las máquinas no se darán abasto.

Esta es la situación a la que han llegado Italia y España. Casi todos los países del mundo buscan evitar esto tomando las medidas más drásticas de contención vistas en la historia moderna. El Reino Unido, en cambio, toma por hecho que como muchos se van a infectar es mejor buscar desarrollar inmunidad, aceptando el daño colateral de muchos muertos. La pandemia deja en claro las impresionantes diferencias entre los estados, las decisiones que toman y los recursos con los que cuentan. La organización y resiliencia son fundamentales y es posible aprender de quienes han tenido más éxito. La cuarentena, una de las medidas más antiguas del arsenal de lucha contra las epidemias, se combina hoy con la tecnología. Hagamos uso del tiempo que nos proporciona esta crisis, el mundo que ha entrado en esta vorágine no será el mismo que salga de ella y tenemos la oportunidad, en este período alejados de la normalidad, de pensar en el mundo que queremos construir cuando hayamos derrotado a la pandemia.