Trump y el festejo de lo imposible, por Juan Carlos Chávez
Trump y el festejo de lo imposible, por Juan Carlos Chávez
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Debo admitir que soy de los que se atrevieron a pronosticar que el ahora presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no pasaría de ser una anécdota en la historia de las elecciones generales del 8 de noviembre.

Esa seguridad que me acompañó hasta el mismo día de la votación nunca fue el resultado de una actitud antojadiza o partidaria. Analicé y creí con sensatez que el populismo, la demagogia política y el discurso fanático no podían encajar. Menos aun en una nación multicultural y más curtida que otras en el manejo y la elección de sus líderes.

Hoy, 48 horas después de la investidura presidencial de Trump, soplan vientos de furia. Se siente un país polarizado, expectante, incluso dividido. Y aunque algunas voces insistan en decir lo contrario estamos frente a un escenario más incierto a nivel de gobierno que cuando se oficializó la candidatura del magnate de bienes raíces, y un sector importante de la clase trabajadora (especialmente blanca) lo vio como la solución inmediata a sus problemas.

Las consecuencias de todo ese terremoto político que sacudió la contienda presidencial, lejos de disiparse, parecen adquirir mayor fuerza. Lo vemos en un mandatario que, en su primer discurso de apertura, hizo a un lado el mensaje conciliador y se inclinó por un tono revanchista y desafiante.

Fiel a su estilo, Trump criticó a los políticos tradicionales y apostó a que Estados Unidos volverá a recuperar su liderazgo y supremacía en todos los campos de acción.

Los detalles sobre cómo logrará concretar lo que hará en su gobierno quedaron a la deriva en su discurso presidencial. ¿Sorpresa? Ninguna.

La incertidumbre y el riesgo no son los mejores condimentos a la hora de hacer política seria. Con Trump esas variantes dan la impresión de estar presentes en el tiempo. Todo esto sin el hecho de considerar que es el primer mandatario que asume el puesto en la Casa Blanca sin ninguna experiencia en el manejo de gobierno o en las Fuerzas Armadas.

¿Hacia dónde irá el país con el nuevo presidente y cuál será el resultado de sus políticas para recuperar esa grandeza a la que se refiere día y noche? Nadie, con certeza, lo sabe. Primero porque Trump nunca fue un candidato republicano tradicional y, segundo, porque sus promesas siempre fueron vagas y jamás tuvieron un punto referencial.

Continuamos esperando, con ansias y hasta con los dedos cruzados, que Trump unifique el país y ofrezca más oportunidades. Pero especialmente que llegue a ser el mandatario de todos, algo que aseguró después de ganar sorpresivamente a Hillary Clinton en las urnas.

Lo dicho, por supuesto, tiene a muchos con el corazón en la mano. Y entre los hispanos, ni se diga. El temor es sustentado: Trump parece continuar con la idea de cerrar el paso a la inmigración, abandonar tratados comerciales y no dejar espacio a cualquier amnistía. Una nueva era recién comienza.