(Foto AP / Hans Pennink)
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/ Hans Pennink
Elisabeth Rosenthal

Incluso antes de que existiera una vacuna, algunos expertos advirtieron que su distribución sería “una pesadilla logística”. Lanzada la vacuna, esta suena como una descripción adecuada.

Docenas de estados dicen que no recibieron la cantidad de dosis prometidas. Pfizer dice que millones de dosis estaban en sus almacenes porque nadie de la operación Warp Speed les dijo a dónde enviarlas. Varios estados tienen pocos sitios que puedan manejar el almacenamiento ultrafrío requerido para el producto.

La administración Trump había expresado su confianza en que el despliegue sería fluido, porque estaba siendo supervisado por un general de cuatro estrellas, Gustave Perna, un experto en logística. Pero resulta que llevar combustible y tanques a Afganistán es, en muchos aspectos, más simple que distribuir una vacuna en nuestro sistema médico.

Durante la pandemia, el sistema de atención médica de EE.UU. ha demostrado que no está diseñado para una respuesta coordinada. Los estados tomaron medidas de prevención diferentes; los hospitales variaron en su capacidad para enfrentar este tipo de desastre y había enormes disparidades regionales en la disponibilidad de las pruebas. ¿Por qué debería ser diferente la distribución de la vacuna?

En la Segunda Guerra Mundial, los fabricantes de juguetes fueron reclutados para elaborar las piezas de hardware militar necesarias y los astilleros para fabricar buques de transporte militar. La administración Trump se ha mostrado reacia a invocar la ley que podría ayudar a acelerar y coordinar el proceso de fabricación y distribución de vacunas. El martes, indicó que podría hacerlo, pero solo para ayudar a Pfizer a obtener materias primas.

En lugar de una estrategia central dirigida a la salud, tenemos varias empresas que compiten por capturar su parte financiera del pastel, cada una con su producto protegido por patente, así como con su propia cadena de suministro y métodos de envío.

Agregue a este caos las decisiones que gobiernan la distribución: los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades han hecho recomendaciones oficiales sobre quién debe recibir la vacuna primero, pero muchos estados ya han ignorado las recomendaciones especializadas antes.

Warp Speed asignó dosis iniciales a los estados dependiendo de la población. En algunos estados, los condados solicitaron una asignación y luego trataron de atender las solicitudes de los hospitales, que crearon sus algoritmos individuales sobre cómo repartir la preciosa carga. Una vez que quedó claro que no había suficientes vacunas, cada entidad hizo sus propios ajustes.

Quedan preguntas básicas para el 2021: ¿Cómo sabrán los trabajadores esenciales que corren algún riesgo cuándo es su turno? ¿Y quién administra la vacuna: los médicos o la farmacia local?

En Bélgica, los residentes recibirán una carta de invitación “cuando sea su turno”. En Gran Bretaña, han establecido una lista de prioridades para las vacunas: los mayores de 80 años, los que viven o trabajan en hogares de ancianos y los trabajadores de la salud en alto riesgo. El Servicio Nacional de Salud le informará a todos los demás “cuándo es su turno”.

En los Estados Unidos, me da pavor un desorden en la forma de: “¿Escuchaste que el CVS de tal calle recibió un envío?”.

Combine esta visión del desorden con el alto número de muertos y no es sorprendente que haya una intensa presión sobre quién debe recibir la vacuna primero. Es difícil “esperar su turno” en un país donde hay 200.000 nuevos casos y hasta 2.000 muertes diarias.


–Glosado y editado–

© The New York Times