Las severas medidas que el Gobierno se ha visto forzado a implementar en breve, anunciadas tras larga espera la noche del martes 26, parecían caerse de maduras. Hallan al país en una situación política marcadamente distinta a la de marzo del 2020 –aunque los actores políticos hayan cambiado de roles– y plantean serios desafíos si se quiere enfrentar la segunda ola de la pandemia del coronavirus con resultados menos malos que la primera.
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Para empezar, la medida cambia de ritmo al proceso electoral y hasta podría suspenderlo temporalmente, al devolver al Ejecutivo el rol central de la acción política. El Congreso de la República, por su parte, seguramente retome el voluntarismo de meses previos. Con un presidente menos preocupado por las cifras de aprobación presidencial, aunque con una situación más precaria, debería esperarse que no se reedite el populismo competitivo entre ambos poderes del Estado –muy presente entre marzo y julio del 2020–, aunque es difícil asegurar que los líderes de ambos poderes actúen con prudencia.
En cuanto a los desafíos que presenta, sería útil que se muestre el aprendizaje al que se refería el ministro de Economía, Waldo Mendoza, en entrevista con Rumi Cevallos. Si bien las medidas finalmente dadas van en contra del escenario “más probable” que esperaba Mendoza (“con lo que hemos aprendido, nos parece que en el escenario más probable vamos a actuar selectivamente”, “La República”, 24/1/21), debería esperarse que las acciones complementarias guarden algún nivel de actuación quirúrgica. Sobre todo, porque las armas con las que cuenta el país no parecen haber mejorado, lamentablemente, en los últimos meses.
Enfrentar la segunda ola también debería encontrar al país en un ánimo mucho más cohesionado y amplio, de manera que todos los actores puedan aportar desde las distintas esferas. Algo de ello parecía presente en lo que dijo el presidente Francisco Sagasti el martes: “Trabajando juntos –gobierno, sector privado, organizaciones de la sociedad civil, instituciones religiosas y entidades académicas– con el valioso, significativo y esencial apoyo de todos los ciudadanos, podemos hacer frente a los enormes desafíos de estos tiempos”.
Por lo pronto, es positivo el tono de gravedad y precisión que mostró el mensaje presidencial. Es de esperarse que la comunicación sea uno de los pilares de la gestión de la pandemia, entendido además como un eje fundamental de todo proceso comunicativo: la persuasión. Los ejes: la gravedad del reto, la franqueza de la situación y el amplio llamado a la acción. Tan importante como la comunicación, será la acción que se despliegue, donde hay muchas mejoras por hacer si no se quieren repetir las complicaciones que se tuvieron con la distribución de los bonos o con la adquisición de las vacunas durante el 2020.
Así las cosas, ojalá la cuarentena que se inicia pronto muestre las enseñanzas que el país en su conjunto haya acumulado a lo largo del aciago tránsito que trajo consigo la pandemia. De otra manera, serán oscuras jornadas las que se avecinan.