A doce días de la captura, el 24 de setiembre de 1992, se presentó a Abimael Guzmán Reynoso. (Foto: Archivo histórico de El Comercio)
A doce días de la captura, el 24 de setiembre de 1992, se presentó a Abimael Guzmán Reynoso. (Foto: Archivo histórico de El Comercio)
Juan Carlos Tafur

Un día como hoy, hace 25 años, cambió la historia del Perú. permitió el desplome de Sendero Luminoso, la agrupación criminal que había no solo ensangrentado el país sino ocasionado un desastre económico, sumado al que el populismo rampante de la década de 1980 nos había generado.

Es improbable que si Sendero Luminoso hubiese seguido operando algunos años más hubiera logrado finalmente derrumbar al Estado democrático. Correspondía a la megalomanía de Guzmán creer que había alcanzado el equilibrio estratégico y que la caída de la democracia estaba cerca, y junto con ello el advenimiento de la que hubiera sido una dictadura tan brutal como la que perpetró Pol Pot en Camboya.

Pero el tiempo que perviviese la demencia ideológica del pensamiento Gonzalo en acción le habría costado al país miles de muertos más e inmenso daño adicional a su infraestructura (era ese el plan militar de Sendero Luminoso el mismísimo año 1992).

Hoy se conmemora también el triunfo de la civilidad contra la barbarie. Porque a Guzmán no lo capturó ni el comando Rodrigo Franco, ni el grupo Colina ni algún escuadrón de la muerte, sino un grupo de inteligencia policial que se esmeró en respetar el debido proceso legal.

El país no les ha rendido justo homenaje a los artífices de la victoria contra Sendero Luminoso. No basta la condecoración reciente del Congreso y hoy del Ejecutivo a los integrantes del GEIN, gestores de la estrategia de inteligencia que demostró ser más eficaz que las tácticas de guerra sucia que lamentablemente el Estado Peruano recorrió desde los 80.

No es justo que tantas avenidas y parques del país lleven nombres de miserables, corruptos probados, dictadores o inclusive traidores, y no haya ningún monumento o acto que nos recuerde los nombres de quienes mejor simbolizan el dramático triunfo del país democrático contra una de sus peores amenazas (¿por qué no rebautizar a la avenida Brasil, por ejemplo, y llamarla avenida 12 de setiembre?).

Es injusta también, además de tonta, la laboriosidad de algunos sectores de la derecha peruana por tratar de minimizar el accionar de Sendero Luminoso, endilgándole el calificativo excluyente de terrorista como estrategia de negación de que en las dos décadas de terror hubo un conflicto armado interno, una guerra contra el Estado democrático, que este ganó.

Esta manera interesada de querer mostrar a Sendero rebaja la dimensión del triunfo que se obtuvo, la histórica victoria que nuestras Fuerzas Armadas, policiales y civiles en su conjunto lograron contra la peor plaga de violencia sufrida desde la guerra con Chile, en una lucha que se desplegó no solo contra acciones iluminadas de células terroristas sino contra columnas organizadas militarmente que en algunas localidades del país llegaron a conformar zonas liberadas.

El 12 de setiembre debería ser declarado feriado nacional como recuerdo de la inmensa cercanía del abismo que el Perú estuvo y de cómo una labor esforzada, humilde, silente, honesta, de unas decenas de oficiales de honor, contribuyó a darle vuelta a una historia que parecía irreversible.

La del estribo: como parte del acto permanente de memoria que el país debe emprender, resulta imprescindible leer, entre la más reciente producción editorial, “La guerra senderista”, del historiador Antonio Zapata, “La hora final” de Carlos Paredes y “Abimael, el sendero del terror”, de Umberto Jara.