¿Adiós al carnaval limeño?, por Fernando de Trazegnies
¿Adiós al carnaval limeño?, por Fernando de Trazegnies
Redacción EC

FERNANDO DE TRAZEGNIES

Profesor principal de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú

 

El fin de semana anterior fue en Lima un carnaval sin carnaval. La carnavales se han festejado tradicionalmente los tres días anteriores a la Cuaresma. Sin embargo, pocas personas tomaron conciencia de la ausencia.

Es posible que el carnaval sea una herencia de culturas y religiones anteriores a la católica, como las fiestas en honor a Dionisos o Baco, el dios del vino. Pero lo que parece posible es que, dentro del ambiente católico, ante la imposibilidad de combatir tales fiestas, estas recibieron una cierta vinculación con la religión cristiana; y así los carnavales se convirtieron en la despedida de la diversión antes de entrar en los cuarenta días de recogimiento. En esta forma, se utilizaba el carnaval para marcar la diferencia entre el espíritu festivo que había que abandonar y el período de penitencia y abstinencia que debía comenzar inmediatamente. Es curioso que esta tradición se haya mantenido solamente en los países católicos, siendo prácticamente inexistente en los países igualmente cristianos pero protestantes que tienen fiestas parecidas —como el —, pero en momentos diferentes del año, sin relación con un evento religioso.

El carnaval es la apoteosis del festejo, del baile, del alcohol y de la provocación sexual, utilizándose disfraces que son vestidos simbólicos. Y se dice que se usaban máscaras porque la alegría muchas veces sobrepasaba lo permisible. En otras palabras, esa alegría se transformaba en una suerte de libertinaje. Los carnavales se institucionalizaron como una demostración de fiesta por el hecho de estar vivos, previa a la época de meditación sobre la muerte y la salvación solo posible en Dios.

El Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma y, apartando a los creyentes de los bienes terrenales, la Iglesia les recuerda que “polvo eres y en polvo te convertirás”. La ceniza ha sido un símbolo del carácter pasajero de nuestras vidas, que también se ha empleado en otras religiones. Este período de oración y reflexión iba acompañado de la prohibición de comer carne durante todos los seis o siete viernes de Cuaresma.

El Carnaval llegó a Lima durante el Virreinato como una costumbre española. Sin embargo, el traslado al hemisferio occidental produce un gran cambio: mientras que en Europa tenía lugar en invierno, en Sudamérica estamos en los días más calurosos del verano, conocidos como la Canícula.

Es por ello que en Lima, la agresión festiva y libertina se sirvió del agua para crear la euforia. Durante el Virreinato y primeros tiempos de la República, las tapadas se escondían en los balcones de celosías para, en medio de risas, arrojar desde ahí agua en baldes a los transeúntes guapos. Siglos más tarde los baldazos y los globos de agua vendrían desde las camionetas y automóviles; y los protagonistas ya no eran discretas jóvenes sino mataperros callejeros y grupos de estudiantes que alquilaban un camión para arrojar agua a diestra y siniestra. Las fiestas de disfraces se hicieron muy comunes y los municipios habilitaban muchas veces una plaza pública como pista de baile. El disfraz era obligatorio, pero el agua en la fiesta misma estaba prohibida. Sin embargo, se inventaron unos chisquetes con éter que se echaban en el ojo de alguien del sexo opuesto, haciéndolo lagrimear por el ardor. Esto obligó al uso de anteojos especiales para protegerse. Había también bailes exclusivamente para niños, a quienes se disfrazaba primorosamente.

Algunas familias invitaban a un almuerzo para la juventud en el jardín de la casa, lo que se convertía en una suerte de bacanal carnavalesco, donde todos terminaban pintados de colores y mojados con barriles de agua que derramaban desde el segundo piso.

Pero todo esto prácticamente ha desaparecido. Los tres días de fiesta no laborable anteriores al Miércoles de Ceniza fueron abolidos por el Gobierno, quedando solamente el domingo —como cualquier domingo— libre para la diversión. Por otra parte, el agua arrojada desde los autos y camiones ocasionó incluso muy lamentables accidentes al hacer perder el control a quienes manejaban autos vecinos y que no estaban en el juego. Con ese motivo, se prohibió también el uso del agua en las calles, reservándose solo al interior de las casas. Sin embargo, salvo en ciertos barrios extremos, el juego con agua desapareció por completo. Las fiestas de disfraces también perdieron poco a poco el interés

Y es así que pasé esta vez carnavales sin darme cuenta. Solo tomé conciencia de ello cuando el Miércoles de Ceniza comencé a escribir este artículo. ¿Es eso bueno, positivo? ¿Significa que Lima se está modernizando, que deja de ser pueblo para convertirse en gran ciudad? ¿Era una salvajada que había que exterminar o tenía ciertos valores que se hubieran podido conservar? No lo sé. A cada uno de los amigos lectores le toca pensar en ello y hacerse una opinión propia. En todo caso, el tiempo pasa...