El documento explica que el pedido de una reunión con el jefe del Estado tiene como finalidad de discutir las posibilidades que existen de una aprobación de la propuesta sobre el adelanto de elecciones. (Foto: Congreso)
El documento explica que el pedido de una reunión con el jefe del Estado tiene como finalidad de discutir las posibilidades que existen de una aprobación de la propuesta sobre el adelanto de elecciones. (Foto: Congreso)
Fernando Rospigliosi

La última encuesta de Datum, que registra una caída de 8 puntos en la aprobación del presidente y de 14 puntos en el apoyo al , incentivará al Gobierno y a sus adversarios a precipitar las agresiones mutuas para tratar de destruirse.

Desde el auspicioso comienzo de su gobierno, hace dieciocho meses, cuando generó grandes expectativas, Vizcarra no ha cesado de defraudar a la ciudadanía en todos los temas de gestión gubernamental, desde el desempeño de la economía hasta el deterioro de la seguridad ciudadana, pasando por la reconstrucción del norte y el manejo de los conflictos sociales. No obstante, ha logrado un intermitente pero sustancial respaldo desde julio del 2018 gracias a los ataques a la clase política y al y, ayudado por la coalición que lo respalda, a la utilización del sistema judicial para sacar del juego a sus principales adversarios políticos.

Cada vez que su popularidad decae, Vizcarra arremete contra los políticos y las instituciones. En esta ocasión, seguramente repetirá el ardid que tan buenos resultados le ha dado antes, solo que en un contexto más enrarecido por su propuesta de adelantar las elecciones, que significaría poner fin a este juego desgastante que ya tiene más de un año y que se ha convertido en un factor adicional a su deficiente gestión que contribuye a frenar las inversiones y ralentizar la economía.

Por su parte, la oposición también se sentirá alentada a aumentar sus ataques a un gobierno que va perdiendo el apoyo que le es absolutamente indispensable para sostenerse y mantener apisonada a la mayoría del Congreso. De hecho, desde que recuperó la Mesa Directiva del Parlamento, la oposición se ha mostrado cada vez más belicosa.

Y en los últimos días ha redoblado significativamente sus embestidas al Gobierno, interpelando al ministro de Justicia, planteando investigaciones a la Sunedu, al mensaje presidencial, al Caso Conirsa y ampliando el plazo para investigar a Chinchero –en estos dos últimos se encuentra involucrado el presidente Vizcarra–, citando a su hermano César Vizcarra a declarar y hasta pretendiendo investigar a las empresas encuestadoras que presuntamente sirven al Gobierno.

Ciertamente, como señala un editorial de El Comercio, varios de esos empeños investigativos tienen sentido y se justifican, pero “la confluencia de todos esos afanes […] sugiere que no es precisamente el espíritu de fiscalización el que los inspira, sino que, más bien, es el prurito fiscalizador lo que está siendo utilizado como pretexto para golpear al contrario”. (“”, 5/9/19).

Por lo demás, si la coalición vizcarrista ha utilizado casos reales o ficticios de corrupción de sus adversarios para atacarlos y perseguirlos, no podía esperarse que la oposición desaproveche esta ocasión para cobrar revancha.

El descenso del respaldo al presidente también robustecerá a los que en el Congreso rechazan el adelanto de las elecciones.

El asunto es que el presidente Vizcarra no puede retroceder en su propuesta. Primero, porque perdería el respaldo de parte de la coalición que lo apoya, que se ha entusiasmado por las posibilidades que creen tener en las elecciones del 2020, y que están encantados con la desaparición anticipada de la mayoría del Congreso. Segundo, porque sin ese soporte quedaría sometido y aplanado por la oposición que podría vapulearlo sin obstáculos hasta el final de su mandato. O, eventualmente, destituirlo, como ya han propuesto algunos.

Esa perspectiva es, sin duda, intolerable para Vizcarra. Y para la coalición vizcarrista, que lo aguijoneará para forzar un desenlace violento. Ninguna promesa ni llamado a la concordia o al diálogo podrá, a la luz de los últimos acontecimientos, persuadir a Vizcarra y sus aliados que si desisten de su proyecto de elecciones anticipadas, serán tratados con afabilidad y generosidad por sus adversarios, a los que ellos han maltratado, injuriado, encarcelado y perjudicado con medidas como la no reelección de congresistas. Solo los ilusos incurables creen que eso se puede arreglar con diálogos en los que imperen la cordura y las buenas maneras.

De hecho, el obvio fracaso de la negociación de Vizcarra con el presidente del Congreso, Pedro Olaechea, muestra, una vez más, que ese camino está bloqueado por ahora.

Para terminar de enturbiar el panorama, la línea divisoria entre la coalición vizcarrista y sus adversarios es muy parecida a la que separa a los partidarios del adelanto de elecciones con los que no lo quieren. Podía esperarse que parte de los que desaprueban a Vizcarra estuvieran interesados en que se marche más pronto, pero resulta que no es así. Casi todos quieren que se quede hasta el 2021.

En suma, salvo que la proximidad al abismo los haga recapacitar, la confrontación se encamina a un desenlace catastrófico.