Greta Thunberg sabe cómo construir discursos. La semana pasada, tras un viaje de 15 días que la llevó en velero desde Inglaterra hasta Nueva York (donde participará en la cumbre climática de la ONU), le dio vuelta a las críticas que recibió por su forma de expresarse. “Cuando los ‘haters’ hablan de cómo te ves y de tus diferencias, quiere decir que no tienen a dónde más ir. ¡Y así sabes que estás ganando! Tengo Asperger y eso significa que a veces soy un poco diferente de la norma. Y, en las circunstancias correctas, ser diferente es un superpoder #AspiePower”.
No es, por lo demás, la primera vez que la activista sueca de 16 años, nominada al Nobel de la Paz, recibe críticas mezquinas relacionadas con su diagnóstico. Tampoco la primera que habla de este como algo positivo: “Me hace ver las cosas fuera de la caja. No caigo fácilmente en las mentiras, puedo ver a través de las cosas. Si fuera como todo el mundo, nunca hubiera, por ejemplo, comenzado la protesta escolar”. (Con esto último se refiere a su decisión de faltar los viernes al colegio e ir a protestar frente al Parlamento sueco para que el Gobierno actúe más fuertemente en respuesta a la crisis climática).
Frases como “Ser diferente es un superpoder”, “Nuestra casa se incendia” o “Quiero que sientan pánico” están, sin duda, entre las que más resuenan cuando pensamos en los discursos de Thunberg. Pero –a pesar de que se trata de imágenes poderosas– no creo que ahí esté realmente la fuerza de sus palabras. Creo que la fuerza de su palabras está en que, en la era de las ‘fake news’, su mensaje apela a encontrar autoridad en lo que dicen los científicos. Hay algo poderoso en escuchar a una joven menor de edad decir que lo que le tiene que decir a Donald Trump es “que simplemente escuche a la ciencia”.
Las menciones a la ciencia son continuas también en el libro “No One Is Too Small to Make a Difference” (Nadie es muy pequeño para hacer la diferencia), que recopila algunos de los discursos más importantes de Thunberg. Allí, nos enteramos de que su protesta comenzó entregando panfletos con larga listas de datos sobre la crisis climática. También, que pide ayuda a algunos científicos sobre cómo expresar algunos asuntos complicados para así “no esparcir datos incorrectos y para no ser malinterpretada”. “No digo nada nuevo, solo digo lo que los científicos han venido repitiendo por décadas”, “Si todos escucharan a los científicos y a los hechos a los que continuamente hago referencia, nadie me tendría que escuchar a mí”, son algunas de sus frases.
Tenemos, entonces, que Thunberg tiene un discurso poderoso y muchísimas veces es atacada sin justificación alguna. Pero reconocer estas dos cosas trae un riesgo: optar por quedarnos solo en alabarla cuando sus ideas, como todas, deben también ser discutidas. Esto nos haría, me parece, cuestionar su idea de que “la gente no continúa actuando como actúa y no haciendo nada porque sean malos o porque no quieran hacer nada. No estamos destruyendo la biósfera porque somos egoístas. Lo hacemos simplemente porque no sabemos”. O algo todavía más controversial, que es cómo llevar sus ideas a la práctica. Como dice la corresponsal del ambiente del “Financial Times”, Leslie Hook, en un perfil sobre la joven: “El problema de ‘policy’ que nadie ha logrado solucionar es cómo, exactamente, cortar las emisiones tan rápidamente, y quién va a pagar por todo esto”.
Hablar de la importancia de discutir estos y otros puntos del discurso de Thunberg es también importante por otra razón: porque nos obliga a pensar qué se le puede pedir (y qué no) a la activista. Después de todo, Thunberg se mueve en un plano discursivo, no técnico; dos áreas que sin duda tienen que estar comunicadas, pero que no pueden ser idénticas. Después de todo, estamos hablando de una joven de 16 años. Quizás lo que mejor sirva para poner su figura en perspectiva es lo que ella misma le contestó a un periodista de la BBC que le preguntó si es que, además de decirnos que nuestra casa se está quemando, no nos debería decir cómo apagar el fuego: “Sí, pero también es cierto que no es nuestra responsabilidad, la de adolescentes y niños. Lo que estamos diciendo es que demandamos que acepten su responsabilidad y hagan algo. Nuestro trabajo es demandar soluciones, no darles las soluciones”.