(Foto: El Comercio)
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Fernando Rospigliosi

La fuga de puso en evidencia cómo la extrema polarización que vive el país conduce a personas, usualmente sensatas, a falsear descaradamente la realidad para justificar sus pasiones políticas.

Apenas se supo la noticia, cuando todavía no se conocían los detalles de la huida, abogados, periodistas y una legión de prosélitos del oficialismo responsabilizaron al Congreso del escape por haber demorado el envío del expediente de la sanción a la fiscalía. Argüían además que había una clara intencionalidad en ese retraso para propiciar la evasión del presunto delincuente. Incluso después de conocerse los detalles, el mismo presidente Martín Vizcarra insistió en esa equívoca versión. (“Exijo que asuman su responsabilidad quienes blindaron a Hinostroza”, El Comercio, 18/10/18).

En realidad, la resolución sancionadora del Congreso se publicó en el diario oficial el 6 de octubre y el 7 en la madrugada Hinostroza pasó el control migratorio peruano en Tumbes. Nada hubiera cambiado si el expediente físico se enviaba de inmediato. ¿Y si se le sancionaba antes? Probablemente fugaba antes también si, como es obvio, no tenía intención de entregarse.

Además, según César Villanueva, el gobierno sabía desde el mismo día 7 de la huida, pero lo ocultó.

En suma, la responsabilidad de la fuga de Hinostroza es del gobierno, y no solo por la falla de Migraciones. Si la policía lo hubiera vigilado –como hizo durante el proceso de investigación de los audios–, no habría logrado escapar, porque si bien no se le podía detener sí se podía evitar la fuga. Pero los recursos y habilidades policiales estaban enfocados en otros objetivos.

En otro plano, la liberación de Keiko Fujimori y sus coinculpados y el escape de Hinostroza probablemente aumentarán la indignación de la opinión pública y su desconfianza en las instituciones. Si bien casi todos los expertos coinciden en que el sustento para decretar la prisión preliminar de Fujimori era débil, tal como determinó luego un tribunal, el 71% de los encuestados por Ipsos estaba de acuerdo con su detención y el 75% cree que es culpable.

En el ambiente de polarización, de ataques permanentes del presidente Vizcarra a los organismos que no están controlados por sus aliados y de rechazo generalizado a los políticos, la posibilidad de un descalabro institucional crece cada día.

Absurdamente, críticos y defensores del gobierno hablan de un posible, para algunos, o imposible, para otros, golpe de Estado. En realidad, eso está fuera del horizonte. Lo que está muy cerca es el deterioro constante de la precaria democracia.

En un reciente libro, la ex secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright advierte: “Mussolini observó en una ocasión que, cuando se trata de acumular poder, lo mejor es hacerlo como quien despluma un pollo –pluma por pluma–, de manera que cada uno de los graznidos se perciba aislado respecto a los demás y el proceso entero sea tan silencioso como sea posible”. Y añade que muchas veces los indicadores pasan desapercibidos: “una modificación constitucional que pasa como una simple reforma”, “la deshumanización de otras personas enmascarada como la defensa de la virtud o la socavación de un sistema democrático”. (“Fascismo. Una advertencia”. Paidós, 2018).

Por supuesto, el fascismo es imposible en el Perú actual. Pero la deriva hacia un populismo que vaya socavando la frágil democracia y concentrando el poder en un caudillo salvador no está muy lejos. Albright subraya cómo las tácticas se copian y ahora desde Hungría a Filipinas, y desde Polonia a Turquía la democracia está siendo desplumada para dar lugar a regímenes cada vez menos liberales.

En ninguno de esos lugares se ha producido un golpe de Estado, sino una paulatina y persistente corrosión de la democracia –impulsada por quienes accedieron al gobierno democráticamente–, del equilibrio de poderes y de la convivencia civilizada de gobierno y oposición.

En el mismo sentido, los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt anotan que ahora “el desmantelamiento de la democracia se inicia de manera paulatina. […] La erosión de la democracia tiene lugar poco a poco, a menudo a pasitos diminutos. Cada uno de esos pasos por separado se antoja insignificante: ninguno de ellos parece amenazar realmente a la democracia. […] Muchos de ellos se adoptan con el pretexto de perseguir un objetivo público legítimo e incluso loable, como combatir la corrupción”. (“Cómo mueren las democracias”, Ariel, 2018).

En el Perú es improbable que en las circunstancias actuales pudiera consolidarse por mucho tiempo un gobierno que concentre el poder, controle las instituciones y aplaste a la oposición. Lo que sí es posible es que en la búsqueda de ese objetivo, el gobierno genere más destrucción institucional, más inestabilidad y ponga al país en el futuro a merced de un populismo radical que arrasaría con lo que queda de la democracia.