"Nosotros los ciudadanos de la República del Perú preservaremos, con la ley en la mano, un país, sin lugar a duda maravilloso, para las generaciones futuras". (Foto: AFP)
"Nosotros los ciudadanos de la República del Perú preservaremos, con la ley en la mano, un país, sin lugar a duda maravilloso, para las generaciones futuras". (Foto: AFP)
Carmen McEvoy

El jurista Toribio Pacheco, que además fue ministro de Estado, diplomático, periodista y politólogo, comprendió muy bien al Perú y escribió algunos artículos que intentaban develar las claves de su infortunio. Nació en Arequipa (1828) en la década de la independencia, se crio durante los años de las guerras civiles y se educó en el Colegio de Ciencias y Artes de Puno y en universidades europeas, donde recibió una formación intelectual que puso al servicio de su patria grande. Pacheco cumplió un papel fundamental en la Guerra contra España y defendió, a nombre del Estado Peruano, la soberanía nacional amenazada por un imperio decadente. Por eso, cuando se lo llevó la pandemia a los cuarenta años, se le recordó en su obituario como un peruano “grande en virtud; grande en talento; grande en ciencia”, pero “más grande todavía en patriotismo”.

A este homenaje habría que agregar su grandeza con la pluma, un don que lo ayudó a describir al Perú como el territorio de lo insólito, de lo extraño e imprevisible. No sorprende esa lucidez, viniendo de un hijo de la contingencia, si se tiene en consideración su experiencia directa con la vorágine de las guerras civiles que marcaron a la república militarizada que sucedió a la emancipación.

Pacheco no fue testigo del primer magnicidio de la historia peruana, me refiero al de José Balta en 1872; ni tampoco de la ejecución pública, a raíz de ese acto de extrema violencia, de los hermanos Gutiérrez, uno ministro de Guerra en funciones y autor intelectual del crimen presidencial. Y mucho menos del asesinato en la puerta del Senado del exmandatario Manuel Pardo, el cual fue seguido de una guerra internacional donde el Perú perdió la región en la que cifraba su futuro: Tarapacá. Sin olvidar que a esa seguidilla de tragedias debe agregarse una ocupación militar por la irresponsabilidad de un jefe de Estado, Nicolás de Piérola, que se fugó. Y al no existir una representación nacional con quien Chile pudiera negociar, la agonía de una nación vencida y desmoralizada se prolongó por tres años. El doctor en Ciencias Políticas y Administrativas se perdió la impresionante reconstrucción económica postguerra, que, a pesar de sorprender al mundo entero, no forjó las bases de una institucionalidad sólida, tanto por la ausencia de partidos modernos como por la exclusión de la población indígena, a quien se le negó el derecho al voto. Lo que fue sentando, junto con un racismo desbocado, las bases para un siglo XX sumamente violento que terminó a bombazo limpio, acá me refiero a la vesania de Sendero Luminoso y a las matanzas más terribles de las que se tenga memoria. Entramos al siglo XXI débiles y con un Estado perforado por sucesivas oleadas de depredadores que aún lo rondan para vampirizarlo sin piedad.

Reflexionando en torno al horror y a esta cadena de actos, algunos delictivos, que nos han llevado a ser el país con más muertes por habitantes por COVID-19 y ahora, incluso, a punto de batir el récord mundial de daño ambiental a nuestro ecosistema costero, es que el insigne jurista Toribio Pacheco vino a mi memoria. Confieso que el recuerdo del autor del primer “Tratado de Derecho Civil” peruano se hizo más nítido al escuchar el desparpajo y el negacionismo de la vocera de Repsol. Qué hubiera opinado, pensé, sobre esa tremenda falta de respeto a la inteligencia y a la soberanía nacional, que él y tantos peruanos de su generación defendieron incluso con la vida. Y qué hubiera pensado acerca de cómo nuestra fragilidad, debido a la ausencia de instituciones de control, nos deja indefensos ante los mercaderes de turno, para quienes una canasta de alimentos puede paliar la pena. Aquí me refiero a la de centenares de pescadores artesanales que salen cada día a ganarse honradamente su sustento, mientras disfrutan del canto de las aves ahora con el petróleo asesino metido en sus cuerpos. El presidente Pedro Castillo nos comunica que está aprendiendo a gobernar y yo respetuosamente le recomiendo que se nutra de los valores y prácticas de los buenos peruanos que lo precedieron. Con ese legado en mente tendrá la firmeza suficiente para representarnos frente a quienes llegan a contaminar mares y ríos haciéndonos creer que no es su responsabilidad sino la nuestra. Mientras tanto, nosotros los ciudadanos de la República del Perú preservaremos, con la ley en la mano, un país, sin lugar a duda maravilloso, para las generaciones futuras.