Los colores de China, por Hugo Coya
Los colores de China, por Hugo Coya
Hugo Coya

Quien visite China podrá constatar que numerosas de sus tradiciones milenarias se mantienen intactas como su variada comida, sus aterciopelados y acompasados modos de atender al ‘laowai’ (extranjero), su indiscutible talento comercial y una vocación por realizar grandes obras en muy poco tiempo. Estas costumbres inmemoriales se han mantenido a pesar de los cambios políticos y económicos que atravesaron acontecimientos tan asombrosos y dramáticos como el esplendor y el ocaso de un régimen imperial o la revolución cultural de Mao.

China sigue siendo China, aunque haya pasado en pocas décadas de ser un país rural a uno que marca la pauta de la economía mundial, colocando, por ejemplo, nada menos que a 110 de sus empresas en la lista Forbes de las 500 más importantes del globo.

Pero hoy, como ayer, el poder y el progreso están representados, en el imaginario colectivo, por el amarillo y el rojo. Los objetos con esos colores son los más disputados por sus ciudadanos a la hora de elegir, por ejemplo, la compra de un automóvil o de cualquier otro producto, puesto que representan valores positivos como la prosperidad, la buena fortuna y el progreso.

Esta predilección se debe, entre otros factores, a que la Casa Imperial era pintada siempre de rojo, igual que todos los edificios que forman la Ciudad Prohibida.

El amarillo se destinaba exclusivamente al emperador, desde las ropas hasta la decoración de sus habitaciones. No es casualidad que en su autobiografía, el último emperador de China, Aisin Gioro Pu Yi, describiese su infancia como envuelta por una bruma amarilla. 

Una vida monocromática del último descendiente de la dinastía chino-manchú de los Qing quien comenzó su reinado cuando contaba con apenas 2 años de edad y que culminó de forma abrupta con la abolición del régimen imperial al cumplir 8 años. Con el paso del tiempo, él se transformaría en un obediente jardinero y llegaría a ser un trabajador de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo dentro de la nueva República Popular China. 

Sin embargo, algunos historiadores sostienen que, a pesar de la prohibición de mantener cualquier vestigio de su glorioso pasado, se aferró, con discreción, a ciertas tradiciones, como lucir en ocasiones especiales una indumentaria adornada con alguna pieza amarilla. Desde antes de los tiempos de Pu Yi, el amarillo era considerado un color noble porque representa también a la agricultura, la cual siempre tuvo un papel preponderante en la economía del país.

La China que actualmente ostenta orgullosa su bandera roja para simbolizar su revolución comunista y las cinco estrellas amarillas de su unidad territorial recibió esta semana al presidente Pedro Pablo Kuczynski y su comitiva.

Más allá del simbolismo que representa el hecho de que Kuczynski haya decidido emprender su primer viaje como presidente de la República a ese país, existen otras consideraciones cruciales y estratégicas detrás de esta travesía.

Desde que entró en vigencia en el 2010, el tratado de libre comercio entre el Perú y China ha permitido cuadriplicar el intercambio comercial, pasando de unos magros 4.000 millones de dólares a cerrar el año pasado en unos 16.000 millones.

En los últimos años, el gigante asiático se ha transformado en nuestro primer socio comercial, multiplicando las exportaciones peruanas a ese país y en donde sobresale el cobre entre otros productos que abarcan los sectores agrícola, pesquero y metalúrgico.

Bastaría con revisar las estadísticas para explicar las razones por las cuales el presidente peruano decidió tener como destino inicial a ese país. Sin embargo, detrás de esa significativa visita, existe mucho más.

La actual ralentización de la economía peruana guarda una directa relación con los vaivenes que ha enfrentado China en los últimos años, pero se estima que esa situación no se prolongará por mucho tiempo. Nuestro gran socio volverá, en breve, a sus habituales tasas de crecimiento y el Perú debe estar preparado para ese futuro escenario.

La visita del mandatario peruano y su comitiva, formada también por un grupo de empresarios nacionales, ocurrió tan solo días después de que la Asamblea Popular Nacional (el Parlamento en ese país) eliminase en forma parcial la obligatoriedad de la revisión y aprobación administrativa previa para el establecimiento de empresas por parte de extranjeros en su territorio. Esta iniciativa, que busca captar más inversión foránea, es propicia para fortalecer los lazos económicos entre ambos países.

Poco antes de emprender viaje, el Gobierno Peruano decidió eliminar la obligatoriedad del visado para los ciudadanos chinos que vienen a hacer turismo en nuestro país. Aunque con ciertas restricciones, se busca aumentar el número de visitantes chinos, que el año pasado subió a 19.000. Cada uno de estos turistas gasta en promedio US$1.391 por estadías de diez días en hoteles de cuatro y cinco estrellas. El anuncio ha aumentado el interés de algunas aerolíneas chinas por realizar vuelos comerciales directos al Perú.

Es muy pronto para una evaluación profunda de los resultados y repercusiones de esta visita de Estado, pero todo apunta a que se avecinan tiempos brillantes en las relaciones entre el Perú y China. Esperemos que, a partir de este viaje oficial, los colores que representan en el imaginario oriental el progreso y la buena fortuna estén más presentes también en la vida de todos los peruanos y, por supuesto, en la de nuestros socios de la lejana tierra del dragón.