(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Enrique Bernales

Es hermoso gozar de la alegría con la que los peruanos hemos celebrado el triunfo de nuestro fútbol ante la selección de Ecuador. Pero qué tristeza ser conscientes de lo mal que andamos en política. ¿Hay explicación para este contraste que deja mal a la política y a los políticos de hoy?

¡Claro que la hay! También en el fútbol como en otros deportes la hemos pasado mal. Alguna vez cantamos “Perú campeón” y celebramos a un Cubillas o a un Sotil, pero un pesimismo colectivo se apoderó de todos, pues competíamos para clasificar al Mundial, con la certeza de que no llegaríamos. Pero ahora ha resucitado la esperanza de cumplir esa meta.

¿Qué ha sucedido para este cambio que tanto nos satisface? Supongo que ha sido un proceso que ha comprendido aspectos psicológicos, técnicos y sociológicos.

Para lo primero, estimo que los expertos han trabajado con métodos de internalización y convencimiento de lo que exige ser un buen deportista: disciplina, educación, coraje y sentido ético de la vida. En lo que a técnica del deporte se refiere, hubo allí un buen equipo encabezado por un gran conocedor del fútbol como es Ricardo Gareca. Y en cuanto a los aspectos sociológicos, son visibles los trabajos de revalorización de la vida familiar que tanto ayuda a tener un sentido positivo de las responsabilidades colectivas, tan útiles en los juegos de equipo.

¿Hubo milagro en todo esto? No, simplemente responsabilidad, cariño por la camiseta y una enorme voluntad de triunfo.

A su vez, ¿qué nos ofrece el panorama político de estos tiempos? La política es un elemento inherente a la persona. No tiene nada de contingente, pues se trata de una necesidad permanente, que es una condición para vivir en sociedad y organizándonos para asumir valores como la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto al otro, el orden, el reconocimiento de los derechos, el cumplimiento de la ley, la vida sana, la emoción de la cultura, así como la identidad con la nación.

Y es para esta convivencia, que como dice Hobbes debe ser pacífica y ordenada, que se requiere una autoridad que abra el camino a la política y a los que tienen los talentos y las capacidades de conocimiento y mando. Es decir, al político. Si no se tienen estos atributos, como subyace en el pensamiento de Maquiavelo, lo mejor es dedicarse a otra cosa.

El político debe prepararse, porque la política es arte y ciencia. Si no se combinan bien ambas cosas, el resultado puede ser catastrófico. Lo cierto es que el gobierno de un país tiene siempre que estar en manos de quienes están preparados para ejercer la autoridad, encargarse de la gestión pública y hacerlo para la atención de las necesidades sociales, alejando toda tentación de corrupción. Quien se mete a la política por vanidades personales, más que frívolo, es un sinvergüenza.

¿Pero de dónde salen los políticos? Naturalmente, de los partidos, porque son una institución básica de la vida social. Estos nacen como colectivos de personas que comparten las mismas ideas, desarrollando un pensamiento orgánico de lo que debe hacerse para el progreso de un país. Para ser representativos y atraer ciudadanos, los partidos deben ofrecer propuestas viables contenidas en planes y programas de gobierno, porque su máxima aspiración es ser gobierno. Es para ello que se implantan socialmente y que se preparan cuadros.

En nuestra historia republicana, el Partido Civil del siglo XIX representó los intereses dominantes de la época. Desapareció cuando el tiempo social cambió. En los años treinta del siglo pasado, como dice Basadre, las masas irrumpen reclamando derechos y representación. Haya de la Torre tuvo el acierto de comprender que se necesitaba un partido de frente único de trabajadores manuales e intelectuales y fundó el Apra como “partido del pueblo”. El Apra ha predominado en la escena política durante poco más de 80 años. Pero el crecimiento de nuevos sectores medios y populares forjó la aparición de partidos como la Democracia Cristiana, gran formadora de cuadros políticos; Acción Popular de Fernando Belaunde Terry; el PPC de Luis Bedoya Reyes; la Izquierda Unida de Alfonso Barrantes (desaparecida tempranamente); y, como expresión de una nueva derecha, Fuerza Popular. Lo demás ha sido una proliferación de efímeras alianzas electorales sin consistencia partidaria.

No sorprenderá a los lectores que atribuya a la crisis de los partidos políticos los problemas que desde el Gobierno o el Parlamento han influido para que la ciudadanía experimente un rechazo a los políticos. Reemplazarlos por independientes o advenedizos ha sido peor que la enfermedad.

Salir de este laberinto tomará tiempo. Por ello la necesidad de las reformas, de salvar a los partidos que aún sean salvables, de terminar de una vez con esa tonta apología de los técnicos, que de nada sirve. El gobierno de un país es tarea de políticos y hay que buscar a los mejores y darles el beneficio de la palabra y de la acción. Pero al mismo tiempo trabajemos en la reforma del Estado, la nueva ley de partidos políticos, el nuevo código electoral y, sobre todo, la reinstitucionalidad social de la política. Aún estamos a tiempo.