
¿Cómo le explicamos a Albertina que la democracia funciona, cuando para ella el Estado no solo no responde, sino que atenta contra la vida de las personas como ella? El hijo de Albertina fue uno de los alumnos del colegio Gamaliel Churata de Cabana, que se intoxicó al recibir el almuerzo de Qali Warma en el 2024. No solo no hubo una posta cercana que pudiera atenderlo debidamente, sino que tuvo que ser trasladado primero a Puno y luego a Lima. Ese es el estado de los servicios de salud al interior del país.
¿Cómo le explicamos que los funcionarios de Qali Warma pactaron con el funcionario de la Dirección Regional de Salud para proteger a la empresa que vendió los alimentos en mal estado? Ese funcionario que debía proteger la salud de los niñitos más pobres de Cabana recibió dinero para mentirles a sus padres. Para decirles que el problema era el agua y no la comida. ¿Qué le decimos a Palmira, cuya hija se intoxicó un año después que el hijo de Albertina, pero esta vez en Piura y con el almuerzo del recién inaugurado Wasi Mikuna?
En los países donde los índices de corrupción son altos, el apoyo a la democracia decae. Porque los ciudadanos interpretan que la democracia no funciona para ellos. La corrupción es el abuso del poder para obtener beneficios indebidos. No importa el tamaño del beneficio. Pagarle a un tramitador para saltarnos los procedimientos para obtener el brevete es corrupción. Como lo es pagarle a un profesor de colegio por una mejor nota, o a un policía cuando nos pasamos la luz roja. Una empresa que les paga a los funcionarios de Qali Warma una comisión sobre las compras de sus productos, o a aquella que le paga a un funcionario municipal para que acelere la licencia de funcionamiento. Son corrupción también las coimas que Odebrecht y las empresas del ‘club de la construcción’ les pagaron a presidentes y ministros a cambio de facilitar la buena pro de grandes obras de infraestructura.
La corrupción es un problema porque tiene un efecto negativo en la economía de los países, que se refleja en el deterioro de la asignación eficaz del gasto público, la generación de costos de transacción adicionales para los inversionistas, desalentando la inversión privada, y afectando negativamente la productividad. Más aún, la corrupción, además de aumentar los costos de transacción, genera incertidumbre e inestabilidad, alejando a las empresas de la formalidad, menoscabando los ingresos del Estado y reduciendo su capacidad en la prestación de servicios e inversión en infraestructura y programas para el alivio de la pobreza.
Todo lo anterior genera un círculo vicioso de aumento de la corrupción, pobreza, actividad económica informal y crecimiento de las economías ilegales. Un impacto adicional es que la alta incidencia de corrupción está deslegitimando el sistema. De esta manera cae la confianza en la democracia y en el modelo económico. Y no es gratuito que uno de cada dos peruanos sienta que, para arreglar el Perú, necesitamos un líder fuerte dispuesto a romper las reglas.
¿Los peruanos no hemos sido capaces de crear un sistema que encarezca la corrupción y logre reducirla? Pese a que hemos encarcelado a cuatro presidentes, innumerables alcaldes y gobernadores regionales, la corrupción no cede. Por el contrario, cada vez es más burda y descarada. Cada denuncia de corrupción reduce la confianza de los ciudadanos en la democracia y en el sector privado. Mientras sigamos operando bajo las reglas actuales, no podremos sostener la democracia.