¡Cuéntamelo todo y exagera!, por Alexander Huerta-Mercado
¡Cuéntamelo todo y exagera!, por Alexander Huerta-Mercado
Alexander Huerta-Mercado

¿Se han dado cuenta de que, al prender la televisión, las noticias se han vuelto espectáculo? Es decir, una narrativa de película policial lo cruza casi todo. Ya las fotos de los sospechosos, delincuentes o víctimas no son las serias, impersonales y selladas fotos carnet sino que son extraídas del Facebook. Ahora los crímenes no son informados por la prensa sensacionalista con fotos de cadáveres, sino que se construyen historias de varias entregas donde se relatan las relaciones amorosas, las traiciones y los odios que llevaron a que estos se cometan. Se habla con cierta melancolía de “la civilización del espectáculo”, pero pienso que estamos ante una situación más interesante.

Mientras las noticias se vuelven espectáculo, los programas de espectáculo se convierten en “reales” y ya no estamos ante la mímesis aristotélica de la realidad, sino frente a dramas de la vida real.

Así pues, en estos hermosos y coloridos mosaicos que parecen ser los puestos de periódicos, aparecen titulares enormes atravesando rostros de políticos o miembros de la Iglesia en una temporada realmente apocalíptica de destapes. Pero también aparecen los rostros de chicos y chicas de programas como “Combate” o “Esto es guerra”, modelos, bailarinas y cantantes de cumbia. Todos están ahí, exhibiéndose porque han hecho algo que generalmente merece escarnio.

En este artículo quisiera tratar de encontrar una explicación a nuestro gusto por el chisme. El hablar sobre otros en su ausencia –es decir, chismear– es una práctica que ha gozado de mala fama pero que, sin embargo, ha sido determinante para nuestra existencia como grupo.

El antropólogo sudafricano Max Gluckman descubrió que en las comunidades africanas el chismear es una forma interesante de mantener unida a la sociedad tanto en las tribus de las llanuras como en las calles de la ciudad moderna.

Gracias al chisme se mantienen los valores del grupo. Así, nadie querría dar una “mala imagen” frente a los demás, rompiendo las reglas sociales. Exactamente lo que nosotros llamamos el miedo al “qué dirán” cuya moneda social es la culpa o la vergüenza que pagamos si somos atrapados haciendo lo indebido.

Si leemos los comentarios que se hacen en las noticias de espectáculos, es interesante ver cómo se celebra que los “tramposos” o “tramposas” sean descubiertos. Preocupante es ver cómo en el chisme las mujeres están doblemente vigiladas y juzgadas en los aspectos morales.

Gluckman observó también que el chisme permitía al grupo elegir a quién aceptar como miembro de su entorno. Acusaciones de brujería o de violencia podían generar rechazo a potenciales nuevos integrantes del grupo. Lejos de las llanuras africanas, en mi experiencia como alumno y profesor, siempre he visto a los estudiantes formar grupos para trabajos académicos teniendo en cuenta la “fama” de los potenciales miembros. Generalmente, aquellos con fama de vagos o irresponsables tienen dificultades en ser aceptados. La irrupción agresiva de redes sociales como Facebook permite incluso que potenciales jefes o contratistas se informen de la supuesta vida privada de los candidatos a alguna labor de una manera tan chismosa como arbitraria.

En tercer lugar, Gluckman notó que el chisme permitía la selección de líderes, puesto que ningún grupo tribal aceptaría a un líder con fama de violencia familiar o malos antecedentes en su vida política.

En nuestra propia tribu, la vida privada de nuestros líderes es bastante vigilada. En el caso del Perú, hasta dos presidentes han tenido que admitir de manera pública que han tenido hijos fuera del matrimonio, obligados por la presión de los medios y el público en general.

Gluckman llega a la conclusión que, lejos de ser algo negativo, el chisme se constituye como una “goma social” que mantiene los valores del grupo y garantiza que todos se sientan vigilados.

Esta visión optimista no deja de tener razón y nos permite entender que generamos “comunidades de chismosos” en donde todos conocemos sobre la vida y milagros de nuestros conocidos. En una reunión los grupos se integran al conocer a determinadas personas. Quienes no puedan articularse con estas historias se sentirán excluidos. Esto pasa constantemente en nuestro ámbito familiar, laboral y amical.

Desde la incursión de Magaly Medina en la televisión hasta la presencia en el aire de “Amor, amor, amor”, gran parte del público ha encontrado placer en integrar a su “comunidad de chismosos” a personajes que antes estarían fuera del alcance social. Así, los jóvenes que participan en los ‘reality shows’ son vistos con la ilusión de ser accesibles ante una nueva clase media, y sus seguidores se sienten parte de su entorno. A su vez, más que los juegos en que participan, son las historias de amor y desamor que se comparten, las que atraen mucho, puesto que esto proyecta que todos –los que tienen fama y los que no– comparten las penas de amor y lo complicado de las relaciones.

Sin embargo, no todo es color de rosa.

El antropólogo George Foster sostenía que en las comunidades donde los bienes eran limitados y todos tenían poco se mantenía el equilibrio social, prolongando esa precariedad generalizada. Si alguien en la comunidad acumulaba riqueza, honor o relaciones, era visto con sospecha y rechazo, puesto que se percibía que estaba “quitándole” a los otros partes de sus bienes rompiendo el equilibrio.

Nuevamente, creo que en nuestra comunidad hay una pretensión de equilibrio en ciertos bienes escasos como, por ejemplo, el reconocimiento social. En una modernidad en la cual somos piezas intercambiables de un sistema de producción que nos reduce a códigos, números y tuercas de una gran maquinaria, el reconocimiento es algo escaso y quien lo acumula es visto con sospecha (diríamos, con envidia). Tal vez eso explique por qué la popularidad de los chicos que tanto pueblan las noticias de espectáculo esté acompañada por juicios de valor y agresividad.

Lo que queda claro es que en el Perú el individualismo no nos ha ganado del todo y todos queremos saber de todos. Ya sea con burla o con chisme, uno forma parte de una comunidad. Esto hace que las cortinas de humo sean fáciles de plantar, sobre todo en una sociedad como la nuestra donde bulle una agresividad hacia los que tienen algún tipo de poder o reconocimiento y donde el chisme se constituye en una forma de poder de quien no lo tiene. Para que te cuento...