(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Elmer Cuba

Mucho se ha escrito sobre la relación entre la economía peruana y la política. La verdad es que a largo plazo no es posible que sigan cuerdas separadas. Si las instituciones políticas no producen reglas de juego creíbles y que incentiven la creación de riqueza, la tendencia será declinante, como ha venido ocurriendo en América Latina y en particular en la economía peruana en los últimos años. En el plano de las reformas estructurales, política y economía forman una sola cuerda.

Puede que en algunas coyunturas aparentemente se desliguen la economía por un lado y la política por el otro, pero en plazos más largos están irremediablemente unidas. No son posibles buenas políticas públicas si las instituciones políticas no representan a los ciudadanos y no los ponen en el centro de sus preocupaciones.

En el caso de los ciclos económicos, desde el 2001, cada gobierno ha tenido su propia historia. La aprobación presidencial ha tenido ciclos muy distintos al ciclo económico. Una cosa es lo que piensan los ciudadanos sobre su presidente y otra lo que piensan los empresarios sobre la marcha de sus negocios.

Con Toledo las expectativas empresariales estuvieron en general en el terreno optimista. Sin embargo, la aprobación presidencial se mantuvo en mínimos de 10% en promedio durante el 2004 y 2005. Así, mientras Toledo presentaba cifras de aprobación mínimas históricas de apenas 6% en junio del 2004, la economía crecía 5% ese mismo año y 6,3% en el 2005.

Con García se mantuvo la separación de caminos. Las expectativas económicas se mantuvieron en el tramo optimista. En promedio, algo por encima que las de Toledo. Sin embargo, por el desgaste de todo gobierno, la aprobación presidencial cayó y fue empujada además por el Caso ‘Petroaudios’ y el llamado ‘baguazo’. De ahí, no subió más hasta las postrimerías del gobierno a cifras parecidas a las que alcanzó Toledo.

Con Humala, en general, ambos caminos siguieron un patrón similar. La aprobación cayó 50 puntos entre el 2011 y 2015. Al principio, las expectativas económicas se mantuvieron estables, pero desde el 2013 comenzaron a caer y entraron en terreno pesimista en el 2015. Los choques externos tuvieron mucho que ver, así como las tardías y poco eficaces respuestas de política económica. Humala sufrió una drástica reversión de los términos de intercambio y una fuerte salida de capitales. El valor de las exportaciones cayó US$10.000 millones y los capitales externos cayeron en otros US$10.000 millones. Para colmo, la postura fiscal fue entre neutral y contractiva.

Es prematuro contar la historia de PPK. En lo que va de su gestión, la aprobación presidencial y las expectativas económicas se han deteriorado. Pero desde julio se han vuelto a cruzar. Mientras que las últimas mejoran, las primeras bajan.

En definitiva, como se sabe, correlación no es causalidad. La correlación entre la aprobación presidencial y las expectativas económicas es baja para Toledo y García (0,31), mientras que es alta para Humala y PPK (0,71 y 0,78, respectivamente). Alta para Humala, pero más atribuible a factores externos, y alta para PPK, pero más atribuible a factores internos.

En los últimos meses han comenzado a soplar buenos vientos desde el exterior. Los términos de intercambio han vuelto a subir y los capitales externos han vuelto a entrar. Por ahora no se sabe si este contexto externo será o no duradero, pero es suficiente para empujar a la economía peruana a una mayor velocidad.

El 2018 se puede parecer algo al 2004, aunque en menor escala: baja popularidad presidencial y recuperación del crecimiento económico. El problema ahora es el 2019.