(Foto: ERNESTO BENAVIDES / AFP)
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/ ERNESTO BENAVIDES
Daniela Meneses

Lo comenzamos a escuchar incluso antes de que el virus pise nuestro continente: el coronavirus parece matar a más hombres que mujeres. La información del Minsa lo confirma en nuestro país. Al lunes, 71,5% (2.596) de los fallecidos son hombres.

Al principio, un dato que se repetía mucho como explicación para estas diferencias es que en China la proporción de fumadores hombres es mucho más alta que la de mujeres. El problema es que esta idea se quedó corta cuando el patrón de fallecidos se comenzó a ver también en países sin similar disparidad. En los últimos meses se han comenzado a discutir nuevos factores de comportamiento que podrían diferenciarse por género y que también podrían tener relación con el impacto del coronavirus, como el lavado de manos, uso de mascarillas protectoras o búsqueda de ayuda médica temprana. Y mucha atención se está dando también a los factores biológicos.

De hecho, la historia nos indica que los cuerpos de los hombres y las mujeres reaccionan distinto a enfermedades en general. Precisamente esta semana leí el nuevo libro del doctor Sharon Maloam, “The Better Half”. Aunque ha recibido críticas mixtas (recomiendo en particular las publicadas en “The Guardian”), sin duda tiene datos interesantes sobre el impacto diferenciado de, por ejemplo, virus y bacterias en los cuerpos de mujeres y hombres.

Cito, por dar un ejemplo, un párrafo en el que habla del VIH: “Solo un año después de comenzar Haart [una terapia antirretroviral], significativamente más hombres desarrollan tuberculosis y neumonía. ¿Por qué? Antes pensábamos que las diferencias en los resultados de la infección y el tratamiento del VIH se podían explicar por el comportamiento. Muchos creían que los hombres no respondían tan bien como las mujeres al Haart simplemente porque no tomaban diligentemente sus medicinas. Pero ahora sabemos que los cromosomas sexuales juegan un rol en cómo el cuerpo responde a la infección del VIH”. Y después de dar una explicación sobre el comportamiento del sistema inmunológico, concluye: “Esto significa que los cuerpos de las mujeres podrían ser, inicialmente al menos, más fuertes al luchar contra infecciones virales como el VIH”.

Volviendo al coronavirus, es cierto que es mucho lo que hay por saber. Pero es cierto también que los expertos continúan apuntando a que lo que estamos viendo sería menos anómalo que lo que muchos de nosotros (los no expertos) hubiéramos creído en un principio. En un artículo en el “New Scientist”, Philip Goulder, experto en inmunología de la Universidad de Oxford, sostuvo por ejemplo que “un número de genes críticos relacionados con la inmunidad están localizados en el cromosoma X”. Similar idea compartió Kathryn Sandberg, directora del Center for the Study of Sex Differences in Health, Aging and Disease en la Universidad de Georgetown: “En general, en los humanos, no importa cuál es el agente infeccioso. Las mujeres suelen ser mejores combatiéndolo, porque tienen un sistema inmunológico más robusto”. Por su parte, a fines de abril, el doctor Gregory Poland, experto en el COVID-19 del Mayo Clinic, decía: “Es interesante que alguna data publicada por el Centers for Disease Control and Prevention muestra que hay más severidad en esta enfermedad en los niños que en las niñas. Y esto es una pista de que esto no es solo hormonal, como algunas personas sugieren. Vemos la misma tendencia en diferencias de género en prepúberes y en personas posmenopáusicas”.

¿A qué voy con todo esto? A algo que repito siempre desde este espacio: la importancia de la data diferenciada. Y la importancia de que la investigación médica tome siempre en cuenta el diferente impacto de los tratamientos en hombres y mujeres. Algo que –como también leerán quienes busquen el libro de Maloam– estamos lejos de lograr.