"Culturofobia", por Marco Aurelio Denegri
"Culturofobia", por Marco Aurelio Denegri
Redacción EC

El desafecto que profesa nuestra sociedad en relación con la cultura es palmario. ¿Por qué este desafecto? Armando Robles trató de explicárnoslo manifestando lo siguiente en un artículo publicado el 17 de junio del 2001:

“La cultura –dice Robles–, en el peor de los casos, espanta; y en el mejor, inquieta. Y en todos los casos nos mueve el piso; positiva o negativamente. En resumen, la cultura no nos deja tranquilos en nuestro habitual estado sonámbúlico de ‘así somos’.”
Concuerdo con lo antedicho y expongo en seguida algunas consideraciones adicionales. 

Los marxistas han subrayado y con razón el hecho de que la persona alienada que no advierte su alienación termina cosificada, y la persona cosificada tiene la conciencia fosilizada, como decía Leopoldo Chiappo, y el fósil ya no es ni puede ser un proyecto de vida, sino hecho cumplido. Fosilizarse, en sentido figurado, significa estancarse sin posibilidad de evolucionar; fosilizarse es anquilosarse, paralizarse.

Una persona cosificada ya no reacciona ante la cultura. El alienado (consciente de su alienación) puede temerla o inquietarse por ella; pero el cosificado no. El asunto es, pues, muy grave, porque la cosificación de los seres humanos avanza indetenible.

Reaccionar ante la cultura, positiva o negativamente, es un signo vital; pero no reaccionar es un signo de muerte.

En el siglo XIX, el problema era averiguar si Dios estaba vivo o muerto. Según Nietzsche, Dios había muerto. A mediados del siglo XX, como dice Erich Fromm, la cuestión era averiguar si el hombre estaba vivo o muerto. Pregunta que hoy por supuesto sigue siendo válida.

Quijotismo

Una cosa, entre otras, destacable en Armando Robles fue su quijotismo con respecto al cine nacional, o sea el hecho de haber luchado tanto por él y el hecho no menos cierto de no haber sido aplastado por la realidad, la que casi siempre aplasta con su enorme peso a los que se pasan la vida quijoteando y haciendo quijotadas y quijoterías, como ocurrió con el personaje de un cuento de Max Silva Tuesta, que murió en olor de quijotismo y en cuya lápida estaba escrito lo siguiente:

“Aquí yace Juan Pérez, que pesaba 67 kilos. Fue aplastado por la Realidad, que pesa 67 mil toneladas.”

Ese impresionante tonelaje es el de la brutalidad y la estupidez.