En el cumpleaños de Prince, por Pedro Suárez-Vértiz
En el cumpleaños de Prince, por Pedro Suárez-Vértiz

Mi hermano acababa de terminar de grabar –en 1995– su álbum solista titulado simplemente Patricio. Antes de imprimirlo, la disquera le preguntó si deseaba poner agradecimientos en él. Consultó a su amigo y arreglista Miguel Reátegui sobre a quiénes debía mencionar y este le recomendó priorizar a los colaboradores y a la familia. Mi hermano agradeció a ejecutivos, músicos, padres, hermanos, etc. Y luego de pensar en más nombres –para no quedar mal con nadie– dijo: “En este disco me inspiré en algunos artistas de los cuales aprendí mucho. No sería una locura ponerlos en los créditos”. Y así lo hizo. El CD salió a la venta y Patricio al toque viajó a Estados Unidos para promocionarlo. Llegó y, como siempre, hizo lo que más le gusta: caminar por sus lugares favoritos. Estaba en la cosmopolita Miami, en South Beach, donde simplemente desfilaban todos. Madonna vivía en el Tides Hotel; Claudia Schiffer tomaba sol en la playa; a Cindy Crawford se la encontró tres veces cuando él trabajaba en el hotel Betsy Ross; y Gianni Versace le regaló sus lentes de carey con lunas verdes cuando estaba alojado en el hotel Marlín mientras construían su mansión en Ocean Drive.

El miércoles 7 de junio, caminando con su disco en mano, llegó a un local tipo club –en la avenida Washington– acordonado con sogas de terciopelo púrpura y se aproximó. Lo atendió una chica muy amable a la cual se presentó dándole su disco. Ella abrió el CD, lo miró a los ojos y le dijo: “Espérame un rato”. Él asintió. De pronto salió con un señor de traje estilo Armani y afirmó: “Es él”. El hombre se acercó a mi hermano con su disco en la mano y le susurró: “Deseo invitarlo a una fiesta privada que se realizará esta noche. Será un honor tenerlo con nosotros”. Patricio no entendía nada. El sujeto prosiguió: “Si desea, puede invitar a tres personas más. No cámaras ni grabadoras”, y le entregó cuatro sobres dorados sellados. Patricio pensó: “Deben de ser las clásicas invitaciones de discotecas”, y de milagro no las botó a la basura.

Llegando al departamento abrió los sobres y leyó las tarjetas: “El artista Prince (su símbolo) lo invita a pasar junto a él su cumpleaños. Esperamos cordialmente tenerlo con nosotros”. Patricio quedó congelado. “No puede ser”, pensó. Inmediatamente llamó a las tres personas más fanáticas de Prince que conocía: el productor Manuel Garrido Lecca, el ex Arena Hash Arturo Pomar Jr. y nuestro amigo de colegio Pacho López, quien siempre nos acogía en Miami. “Dejen todo lo que tengan que hacer y vengan”, les ordenó Manuel estaba produciendo una banda en Texas, pero tomó un avión esa misma noche. Pacho canceló un viaje de trabajo a Orlando y Arturo tomó un vuelo desde Atlanta. Todo por Prince. Llegaron a la discoteca Glam Slam, propiedad del músico. Fueron escoltados a sus sitios y les dijeron: “El artista saldrá pronto. Solo esperen”. A las 3 a.m. apareció Prince, impecable, de morado y con la palabra slave pintada en la mejilla derecha. Saludó sonriendo a los cien únicos invitados. El escenario era más grande que el aforo. Cantó tres horas. Sacaron una torta de dos metros cuadrados, le cantaron Happy birthday y mi hermano y sus amigos sintieron que podían morir en paz. Estuvieron con Prince codo a codo. Luego simplemente desapareció. Por semanas no lo creyeron. Patricio siempre se quedó con la curiosidad de saber por qué lo invitaron a tan magno evento sin conocerlo. Y un día leyó en su disco: “Agradezco a todos por haberme permitido hacer este CD realidad. Gracias a Prince por la inspiración y a Dios por todo”. Eso vio la chica de la puerta y por eso fue considerado amigo de Prince. Bonito premio para una genial ocurrencia.

Esta columna fue publicada el 30/04/16 en la revista Somos.