Andrés Oppenheimer

En esta columna hablamos a menudo sobre las amenazas a la democracia en América Latina, pero las audiencias del Congreso Estadounidense sobre el ataque del 6 de enero del 2021 al Capitolio en Washington D.C. dejaron en claro que el país más grande del hemisferio occidental cuya democracia está en peligro es . Según los testimonios bajo juramento de asesores clave del expresidente , lo que este hizo el 6 de enero no puede ser visto de otra manera que como un intento de golpe de Estado; como un auto-golpe.

Como todos lo vimos en televisión, Trump incitó a sus partidarios a marchar hacia el Capitolio para protestar contra un resultado electoral que había sido validado por la Corte Suprema. Y luego, cuando la turba ocupó el Congreso violentamente con gritos de “[vicepresidente Mike] Pence a la horca”, Trump no pidió el fin de la violencia durante más de tres horas, testificaron sus excolaboradores.

Cinco policías que estaban en el Capitolio el 6 de enero murieron a causa de sus heridas o se suicidaron en los días y semanas siguientes.

Como dijo la congresista republicana Liz Cheney, la vicepresidenta del comité del 6 de enero, “el caso contra Donald Trump en estas audiencias no está hecho por testigos que eran sus enemigos políticos. Se trata, en cambio, de una serie de confesiones de los propios asistentes de Trump, sus propios amigos, sus propios funcionarios de campaña, las personas que trabajaron para él durante años, y su propia familia”.

Entre los que testificaron bajo juramento ante el comité del Congreso, se encontraban el exfiscal general Will Barr, el abogado de la Casa Blanca Pat Cipillone y los propios hijos de Trump, Ivanka y Don Jr. Ellos y otros bombardearon al jefe de gabinete de Trump el 6 de enero con mensajes urgentes pidiéndole al presidente que hiciera una declaración pública para detener la violencia.

Pero el expresidente no hizo eso, ni pidió refuerzos policiales o del ejército. Pero lo más aterrador del intento de auto-golpe de Trump es que todavía hay una minoría de estadounidenses que lo apoya fervientemente. Aunque la popularidad de Trump cayó un poco como resultado de las audiencias en el Congreso, casi el 41% de los estadounidenses todavía tiene una opinión favorable de él, según un promedio de encuestas de FiveThirtyEight.

Conozco personas que, cuando les recuerdan que Trump trató de alterar el resultado de las elecciones, todavía justifican sus acciones, responden con un “sí, pero”, seguido de justificaciones unidimensionales como “era duro contra Venezuela”. Es como si no les importara que Estados Unidos se convierta en una autocracia, como Venezuela.

Michael J. Abramowitz, el director de Freedom House, un grupo de investigación no partidista que publica un informe anual sobre el estado de la democracia en 195 países, me dijo que el puntaje de Estados Unidos en la escala de democracia mundial ha estado cayendo desde el 2011.

Abramowitz se negó a pronosticar si el puntaje de Estados Unidos en el ránking de democracia caerá aún más este año, pero a juzgar por las más recientes revelaciones de las audiencias del Congreso no me sorprendería que así sea.

El Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), con sede en Estocolmo, ya ha clasificado a Estados Unidos como una “democracia en retroceso”.

Estados Unidos, el bastión de la democracia global, fue víctima de las tendencias autoritarias y ha caído un número significativo de puestos en la escala democrática” como resultado del ataque contra el Congreso apoyado por Trump, dijo IDEA en su Informe Global del Estado de la Democracia 2021.

Si Trump no es procesado por su intentona golpista, será una luz verde para que futuros presidentes estadounidenses no reconozcan resultados electorales adversos. Estados Unidos corre el riesgo de seguir el mismo camino que las autocracias latinoamericanas sobre las que a menudo escribimos en esta columna.

–Glosado y editado–

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Andrés Oppenheimer es periodista